Analizar críticamente las funciones de los procesos artístico comunicativos
posibilita la conciencia crítica sobre las dimensiones históricas, económicas,
políticas y sociales en la construcción de relatos, imágenes y narrativas.
Las nuevas formas tecnológicas que se desarrollan en la sociedad contemporánea
son, en realidad, sucedáneos lógicos de la gran invención humana que
es la escritura, el libro, el ordenamiento lingüístico, la estructura conceptual,
la composición plástica por la cual un texto está ordenando un pensamiento.
Las nuevas tecnologías parecen renovarlo todo pero el campo del arte es
mucho más complejo a la hora de ser abordado desde una perspectiva crítico
analítica. El teatro, por ejemplo, persiste desde la época de los griegos, y aún
sigue formando parte de las experiencias posibles de ser vividas en el mundo
artístico. El cine, surge a finales del siglo XIX como una tecnología nueva,
pero aún desarrolla su capacidad infinita de evolución, e incluso el libro, con
los pronósticos apocalípticos sobre su desaparición, ha sobrevivido desde la
Biblia hasta hoy. Sin embargo, el avance de las tecnologías y sus usos modifica
nuestra experiencia con esos objetos.
Es necesario remarcar con Jesús Martín Barbero, comunicólogo colombiano,
que:
Frente a las culturas letradas, ligadas a la lengua y al territorio, las electrónicas
audiovisuales se basan en comunidades hermenéuticas que responden a
identidades de temporalidades menos largas, más precarias, pero también
más flexibles, dotadas de una elasticidad que le permite amalgamar elementos
provenientes de mundos culturales muy diversos, atravesados por discontinuidades
y contemporaneidades en las que gestos atávicos conviven con reflejos
pos modernos.
(Barbero, 2005: 73)
El tiempo, el espacio y los modos de relacionarnos con la producción y recepción
de obras artísticas, del mismo modo que los imaginarios a los que nos
enfrentamos, constituyen una amalgama de sentidos a los que debemos estar
alertas para comprender el mundo social a partir de la tecnología como forma
cultural. En este sentido, entendiendo a la tecnología como su nombre lo
indica, como el estudio del arte o la técnica (téchné y logía), la crítica debiera
relacionarse con las tecnologías a partir de una complicidad cognitiva y una
apertura expresiva, que le permita comprender los imaginarios que se desarrollan
en cada obra artística, con sus propias lógicas de ritmo, sonoridades,
visualidades e identidades.
Si consideramos que la primera función de la tecnología, cualquiera
fuese su tiempo y espacio, es la comunicación, la configuración de
narrativas, sonoras, visuales, escritas, digitales que permitan la conservación
en la memoria sociocultural, las primeras preguntas del crítico
entonces serían:
¿De qué modo la memoria social se articula en la escritura tecnológica
sea cual fuese su forma?
¿Qué sentidos construye el modo de escritura?
El mundo contemporáneo nos ofrece manifestaciones expresivas que imponen
transformaciones en los modos de abordaje de las obras. La crítica no solo
debe dar cuenta de aquello que se configura como “lo nuevo”, sino observar lo
institucionalizado, lo histórico e incluso lo naturalizado a partir de una mirada
que se posicione como novedosa.
Es decir, no se puede hoy analizar críticamente el cine sin tener en cuenta
sus transformaciones a partir del video, de lo digital, de las condiciones de
producción y exhibición del material audiovisual.
Del mismo modo que no se puede observar el teatro sin el diálogo con
la televisión, sus cruces narrativos, sus puestas en escenas, sus formas de
representar y el vínculo con el público y sus sentidos.
Tampoco la televisión puede ser pensada sin las plataformas tecnológicas
como la web, o la pintura sin el bagaje cultural que nos plantea la fotografía
experimental, e incluso pensar la propia foto como arte de captura sin tener
en cuenta el mundo de la edición.
Las conexiones tecnológicas se hacen necesarias en la línea de tiempo
tanto hacia el pasado como hacia el futuro desde el presente, de tal modo
que así como es importante replantear el lugar de las expresiones artísticas
a partir de las formas tecnológicas más contemporáneas, a la inversa, para
comprender la nueva situación de la imagen y el sonido, por ejemplo, en la era
digital debemos remitirnos a la historia de su evolución. Esto no quiere decir
que para realizar una crítica sobre el videoarte por ejemplo, nos vamos a estudiar
toda la historia de la evolución de la imagen, pero sí ser extremadamente
cautelosos con aquello que definimos como nuevo sin haber corroborado
su existencia anterior, incluso como muestras incipientes. En este sentido, el
crítico debe ser profundamente culto.
Veamos un ejemplo de crítica sobre los videojuegos y las prácticas socioculturales
en relación con los procesos de identidad y configuración de la realidad
por parte de los usuarios/jugadores.
Videojuegos, el mundo ideal
Por Héctor Pavón
El 19 de abril de 2002, el juez de distrito de Estados Unidos N. Limbaugh
dictaminó que los videojuegos “no son portadores de ideas ni vehículos
de expresión”, por lo que no gozan de protección constitucional.
Doce años después este dictamen es casi un chiste. O un argumento
incomprensible. No sólo parece una declaración de principios de otra
era sino que hoy los videojuegos multiplicados por millones crecieron en
sentido contrario. No hay duda de que portan ideas, de que son vehículos
de expresión y, claro, de que son productos culturales. Desarrollados
científicamente, se han impuesto como una inabarcable y risomática red
social. Distinta: posee un feedback diferenciado de las horizontalidades
que promulgan redes ya clásicas como facebook o twitter por ejemplo.
Los juegos de la PC, en consolas como la PlayStation, Wii, Xbox, cabinas
de shoppings, en tabletas, celulares, y que han generado cientos de
millones de jugadores en todo el mundo, han creado también un jugador
que, solitario en apariencia, integra una red colosal y con la que establece
relación de modos diversos, insólitos y siempre curiosos.
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A partir de lo desarrollado hasta aquí, a las concepciones básicas sobre la
actividad crítica y el rol del crítico, encontrando la escritura propia para cada
tipo de obra abordada, se propone al alumno la siguiente actividad:
Elija una obra que conozca, cualquiera fuese su procedencia, y elabore
un primer acercamiento a la escritura crítica. (Puede ser una
película, una novela, un cuento, una obra de teatro, una canción,
una pintura, etcétera).
A partir de su elección, elabore un primer texto crítico de 3.500 a
4.000 caracteres en letra Times New Romans 12, espacio 1 y ½.
Guía de trabajo:
Elaborar una breve presentación de la obra.
Justificar la elección.
Proponer desde dónde se aborda la obra.
Contextualizar el surgimiento de la obra.
Contar de qué manera se relacionan las tramas y sus formas.
Elaborar una conclusión de la escritura.
Ponerle un título.
Esta primer actividad se propone enfrentar al alumno a su propio universo de
objetos artísticos con la propuesta de construir una nueva mirada sobre algo
ya conocido, entendiendo a la crítica como práctica que expone un fundamento
frente a algo de modo escrito, pero también como el ejercicio de experimentar
con el lenguaje y poder reconocer el modo adecuado de abordaje de cada uno
de los objetos posibles.
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