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1. El trabajo como relación social y sus transformaciones

Objetivos

Se espera que al finalizar el estudio de la unidad las y los estudiantes hayan logrado:

  • Comprender las transformaciones del proceso de trabajo y de producción desde una mirada histórica y reflexiva, en diálogo con los cambios históricosociales mundiales que representan diversos períodos de acumulación, así como las crisis que estos últimos atraviesan.
  • Integrar una visión de conjunto de las transformaciones históricas del proceso de trabajo y de producción ocurridas a lo largo del siglo XX, a partir de la caracterización de dos grandes períodos, el fordista-taylorista y el posfordista o de acumulación flexible, considerando sus implicancias teóricas, políticas, económicas y sociales.
  • Profundizar el conocimiento de las actuales formas de producción y de consumo de la fuerza productiva del trabajo en el marco del nuevo paradigma de acumulación flexible, y construir una mirada crítica sobre sus consecuencias prácticas y conceptuales.

Introducción

Bienvenidos y bienvenidas a la primera unidad de nuestra carpeta de trabajo. En su desarrollo, primero realizaremos una introducción a la concepción y el lugar del trabajo en diversas culturas y períodos históricos, e identificaremos algunos procesos clave que dieron lugar a transformaciones del trabajo y de la llamada cuestión social. Nos detendremos a continuación en las características de algunas formaciones sociales en la transición hacia la gran industria en la sociedad capitalista. En el apartado 1.2 nos centraremos en la configuración que adopta el proceso de trabajo y de producción durante el período fordista-taylorista (1920-1970). Finalmente, en el apartado 1.3, abordaremos la crisis de dicho paradigma y el surgimiento del modelo toyotista en Japón, que revoluciona la forma de concebir y gestionar el trabajo y la producción. Su extensión a nivel mundial en la llamada era posfordista (posterior a la crisis mundial de los años 70), lo constituirá en el nuevo paradigma productivo dominante, conocido hasta la actualidad como acumulación flexible.

1.1. Historia económica y social. La transición hacia el capitalismo

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El trabajo es un concepto central, que habita y transita cotidianamente en nuestras sociedades y que a lo largo de la historia ha tenido diversos significados. Diferentes autores se han encargado de analizarlo, considerando particularmente su vinculación con la sociedad y la economía. Por ello, en este apartado de nuestra Carpeta de trabajo analizaremos en primer lugar la centralidad del concepto trabajo y cómo este ha tomado diferentes significados, producto de las transformaciones sociohistóricas.

Realicemos entonces un breve recorrido por distintas perspectivas para dar respuesta a la pregunta “¿qué es el trabajo?”. Esto puede ayudarnos a reflexionar colectivamente sobre qué entendemos por trabajo y cómo se ha ido configurando esta idea a lo largo de la historia y de distintas formaciones sociales, ya que las nociones de trabajo que existen en nuestra vida cotidiana se pueden comprender a la luz de dichas transformaciones históricas.

1.1.1. Las formas de trabajo precapitalistas

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El proceso de trabajo, como ya señalamos, ha adoptado diversas modalidades a lo largo de la historia y en el seno de cada formación social. Expondremos a continuación algunos rasgos fundamentales de las organizaciones precapitalistas con el objeto de ubicar históricamente la aparición del proceso de trabajo y de producción capitalista y tener, de este modo, un referente de comparación y una idea de la dimensión del cambio operado a partir de su surgimiento.

Cada época ha ido construyendo concepciones y relaciones sociales alrededor del trabajo que lo ubican en un lugar más o menos central de la vida social; aunque no siempre se le dio un sentido positivo, de realización individual e integración social. En la Antigüedad, para los griegos, el trabajo estaba limitado a los esclavos y se contraponía al ocio y la contemplación, siendo estas últimas las principales actividades consideradas humanas y liberadoras. Pero no solo el trabajo que realizaban los esclavos, sino todo tipo de tareas manuales eran vistas en forma negativa, por lo que se despreciaba el trabajo y solo se concebían como valores superiores el ocio, la libertad y la contemplación. Si bien en la Grecia antigua esta visión sobre el ocio y el trabajo fue la preponderante, no fue uniforme a lo largo de la historia, ya que la propia división del trabajo posibilitó el desarrollo y generó diferentes clases con miradas distintas. Otros pueblos de la antigüedad, a diferencia de los griegos, tuvieron una visión positiva con respecto al trabajo. Por ejemplo, los caldeos consideraban que contribuía al orden económico y satisfacía las necesidades espirituales. Algunos autores sostienen que esto se debía a la escasa división del trabajo en esa sociedad, en la que a todas las personas les correspondía realizar actividades vinculadas a las labores.

Es interesante mencionar también la visión de los hebreos, para quienes el trabajo es “un mal necesario”, siendo la forma de extirpar los pecados y un medio para la producción. En el Talmud se hace referencia al trabajo en varios párrafos: “Si el hombre no halla su alimento como animales y pájaros, sino que debe ganárselos, es debido al pecado”. Es importante tener en cuenta que esta visión es compartida por el cristianismo: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra […] Dios terminó su trabajo el Séptimo día y descansó en este día de todo lo que había hecho” (Libro del Génesis). Así, a diferencia de los caldeos, para los hebreos el trabajo no tuvo nunca un fin ético en sí mismo, sino que se concebía tan solo como un medio (Guerra, 2001).

En algunas sociedades antiguas la esclavitud conformaba la base de la producción y el trabajo. “Los esclavos tienen casi exclusivamente el monopolio del trabajo en las minas, trabajan en los talleres, en la reparación de caminos y en la fabricación de monedas. Los trabajos domésticos quedan enteramente asegurados por ellos” (Barret, 1961: 8). Esta mano de obra esclava podía ser alquilada en forma individual o grupal por artesanos o particulares; en ese caso toda la utilidad era para el dueño, mientras que el esclavo no recibía nada por su producción. Los derechos de los amos sobre los esclavos eran los de un propietario sobre una cosa poseída, teniendo decisión incluso sobre su vida y su muerte. La esclavitudN existió durante siglos, aunque fue atenuándose cada vez más (Barret, 1961).

Poco a poco, la costumbre primero y la ley después, concedieron a los esclavos un mínimo de derechos. En un lento proceso la condición de los esclavos emancipados fue acercándose progresivamente a la de los siervos. Una de las razones de esta transformación, explica François Barret, era la falta de motivación de los esclavos en el trabajo:

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La producción del esclavo era poco esmerada; era menester vigilarlo constantemente en sus tareas. Por ese motivo el esclavo no respondió enseguida a las necesidades creadas por el desarrollo del comercio mediterráneo. Esto exigía para el intercambio productos finamente elaborados, productos de calidad. Esta necesidad va a transformar la condición del esclavo. En adelante será imprescindible una mano de obra calificada, educada, formada tras minucioso aprendizaje (Barret, 1961: 9).

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Asistimos, entonces, a una gama de transiciones por las cuales se pasó de la esclavitud antigua a la servidumbre y a la organización del trabajo artesano durante el Medioevo.

La fuente más común de la servidumbre fue la guerra, la conquista de extensos territorios y el avasallamiento en masa de grandes poblaciones. Más adelante la servidumbre derivó de la filiación, de ahí que para los siervos fuera estricta la obligación de casarse solo con los siervos de un mismo señor. Los campesinos libres que existían eran gravados con impuestos tan pesados que se veían inducidos a vender sus bienes y a alquilar su trabajo, quedando junto a sus familias ligados a las tierras que cultivaban, y pronto se veían convertidos en siervos. Estos debían pagar una renta anual en dinero o especies al señor feudal.

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La servidumbre, que constituía la forma general del trabajo agrícola, se extiende por Europa durante la Edad Media y comienza a desaparecer a partir del siglo XIV. La declinación de la servidumbre da lugar a una serie de figuras campesinas tales como el arrendatario, el aparcero, el colono, el jornalero y el pequeño propietario. A excepción de este último, todos se ven obligados de modo variable a otorgar una renta o parte de su producción al dueño de la tierra. En algunos casos, este extrae para sí todo lo que exceda el mínimo vital necesario para l a subsistencia del campesino.

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Por otro lado, en las ciudades habían comenzado a desarrollarse los talleres artesanos. Julio César Neffa (1990) indica: “Durante varios siglos, desde bien entrada la Edad Media y casi hasta finales del siglo XVIII, la forma dominante de organización productiva urbana fue el taller artesanal que perduró y culminó en las corporaciones de oficio” (p. 47).

El renacimiento económico y el desarrollo del intercambio mercantil en las ciudades contribuyeron, progresivamente, a que los modos de producción basados en la esclavitud y la servidumbre dieran paso a diversas formas de alquiler de la fuerza de trabajo en las distintas profesiones. Los campesinos y siervos emancipados, amenazados por las duras condiciones del trabajo agrícola y por las sucesivas divisiones de la propiedad territorial, se vieron impulsados a migrar a las ciudades y a especializarse en algún oficio.

François Barret (1961) describe el oficio hacia el siglo XIII como: “[…] una reunión de individuos que poseen el derecho de ejercer una profesión industrial, integrada por maestros, oficiales y aprendices, obligados bajo juramento a observar los reglamentos prescritos y a respetar la autoridad de los jurados en sus funciones de vigilancia” (p. 16).

La imagen muestra dos personas con trajes medievales que están trabajando con herramientas.

Imagen recuperada de: Gremios medievales: los magos de la piedra. https://cadenaser.com/programa/2014/08/21/ser_historia/1408576629_850215.html

Las corporaciones disponían de un poder efectivo para regular a escala social la actividad de los talleres y de los trabajadores. El número de talleres corporativos estaba controlado y cada uno de ellos tenía derecho a realizar determinado tipo de productos. Las principales corporaciones eran las de los orfebres, sombrereros, yeseros, cuchilleros, talabarteros y sastres, entre otras. La entrada en un oficio era selecta y estaba rigurosamente controlada, pero daba posibilidades, después de largos procesos de aprendizaje y experiencia, a la promoción de oficiales y maestros.

La imagen muestra cuatro personas vestidas con ropas antiguas. Dos de ellas están cosiendo.. En la habitación se ven rollos de tela y tijeras sobre una mesa.

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Sobre los oficios de la costura. Los gremios: su origen https://vestuarioescenico.wordpress.com/2012/12/02/sobre-los-oficiosde- la-costura-i/

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La estructura organizativa en el interior del taller no implicaba una división sistemática del trabajo entre concepción y ejecución ni entre tareas, sino que predominaba una cooperación simple. La especialización estaba dada por los distintos productos o ramas, pero no por las diferentes labores desarrolladas en el taller. Los oficiales poseían sus propias herramientas, aunque el producto terminado pertenecía al maestro, quien además era dueño del local, de las herramientas más costosas y de las materias primas. Los métodos de trabajo vigentes se asentaban en la tradición y la experiencia, y las herramientas empleadas eran simples y basadas en la energía humana o animal.

1.1.2. La transición hacia el capitalismo

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El proceso de transición del taller artesanal a la empresa capitalista fue complejo e implicó diversos y numerosos fenómenos políticos, económicos y sociales. Entre ellos se puede nombrar la Revolución Industrial, las revoluciones burguesas y el surgimiento del mercado mundial como consecuencia, por un lado, del contacto con el mundo oriental debido a las cruzadas y, por el otro, del descubrimiento y conquista de América. Estos últimos acontecimientos permitieron una importante acumulación de capital en los países más desarrollados de Europa a partir, principalmente, de la expansión y activación del comercio internacional con bases coloniales y de la afluencia de metales preciosos, lo que revolucionó toda la economía medieval. En su conjunto dieron lugar al surgimiento de una nueva sociedad y al ascenso de la burguesía como nueva clase dominante.

Los progresos de la industria condujeron a la creación de nuevos oficios, ejecutados desde un principio por trabajadores libres; además se extendió por todas partes el trabajo a domicilio. Estos fenómenos fueron determinando la desaparición de las corporaciones frente al surgimiento de la manufactura, la fábrica y, finalmente, la gran industria.

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Méda, Dominique (2007), “¿Qué sabemos sobre el trabajo?”, Revista de Trabajo, vol. 3, núm. 4, pp. 17-32.

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La socióloga y filósofa francesa Dominique Méda, en su artículo “¿Qué sabemos sobre el trabajo?”, realiza una categorización a lo largo de la historia en función de su centralidad. Considera que hay sociedades no fundadas sobre el trabajo, entendiendo que el orden social no estaba basado en él; además señala que tampoco existía una diversidad de actividades como las que conocemos en la actualidad. La autora va a enmarcar en esta perspectiva a las culturas mencionadas en los párrafos anteriores, a las que denomina sociedades precapitalistas. Por el contrario, las sociedades fundadas sobre el trabajo son aquellas que transcurren entre los siglos XVII y XIX, en donde el trabajo como concepto ocupa un rol central en los textos políticos, filosóficos y económicos.

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Dominique Méda es socióloga y filósofa de formación. Actualmente es profesora de sociología en la Universidad de París-Dauphine, después de haber servido como directora de investigación en el Centro de Estudio del Empleo (Centre d’ Etude et de l’Emploi). Su trabajo ha tenido un gran impacto en la sociología industrial en Francia y Europa, provocando importantes debates públicos. Ha realizado numerosos estudios sobre cómo las personas se relacionan con el trabajo y el significado de este.

Foto de Dominique Méda

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En los primeros tiempos de la sociedad industrial, se produjeron importantes cambios en las condiciones de vida y trabajo debido al masivo traslado de poblaciones rurales al ámbito urbano, y por el crecimiento desmesurado de las ciudades, en las que se establecían las fábricas y se concentraban el comercio, los servicios y la administración. Se pensaba que el desarrollo industrial permitiría hacer frente a las situaciones de extrema pobreza que eran comunes en el ámbito rural de principios del siglo pasado. Y si bien en ciertos casos fue así, las condiciones de trabajo en las incipientes industrias se caracterizaron por las malas instalaciones de los establecimientos, los bajos salarios, la prolongación desmedida de la jornada de trabajo, el hacinamiento, el trabajo infantil, las condiciones insalubres e inseguras, la desprotección a la maternidad, entre otras.

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[En Dukinfield] la elaboración del algodón, al tiempo que da trabajo a gente de todas las edades, ha debilitado a muchas personas o ha retrasado su crecimiento, provocando un alarmante aumento de mortalidad. Las causas de ello en gran parte deben de atribuirse a la nefasta costumbre, justamente desaprobada por el doctor Percival y por otros médicos, de obligar a los niños a trabajar día y noche en las industrias: en ellas las escuadras de muchachos se tumban a dormir en los mismos lechos de los que se ha levantado otro, impidiendo que las habitaciones sean aireadas (Aikin, 1795: 456; traducción propia).

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De este modo, las condiciones de vida y de trabajo en las ciudades fabriles muchas veces resultaron peores que en el ámbito rural. La crónica alarmada de aquella época sobre las situaciones de pauperismoN, en especial frente a las primeras protestas organizadas de los obreros, comenzaron a plantear el peligro de la cuestión social.

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¿A qué nos referimos cuando hablamos de cuestión social?

Llamamos cuestión social al conjunto de situaciones que nos interrogan como sociedad. Generalmente escuchamos hablar de ello como las consecuencias sociales de la desigual relación entre el trabajo y el capital. En un sentido más amplio, podemos considerar la cuestión social como el conjunto de problemáticas, y su manifestación política, que se generan por la tensión entre integración y desintegración en la sociedad moderna. Robert Castel, en su libro La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado (1995) identifica que en la década de 1830 –el momento en que se empieza hablar de la cuestión social–, y hasta finales del siglo XIX, esta remitía a los cambios acontecidos por la consolidación de la organización social capitalista y la incipiente sociedad industrial. En su obra, Castel analiza la llamada “nueva cuestión social”, a partir de las transformaciones de la relación salarial en el último tercio del siglo XX, tema que retomaremos más adelante, en esta y siguientes unidades de nuestra materia.

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Robert Castel (1933-2013) fue un sociólogo francés que hizo grandes aportes al análisis de la sociedad salarial, el rol del trabajo y de las y los trabajadores. Sus aportes han sido ampliamente utilizados por diversas disciplinas para pensar la centralidad del trabajo como el gran integrador de la vida en sociedad.

Foto de Robert Castel

Fuente: Revista Voces en el Fénix, año 4, número 28, septiembre 2013, pp. 6-13. https://vocesenelfenix.economicas.uba.ar/numeros-anteriores/

1.1.3. El trabajo en la sociedad capitalista

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Antes de centrarnos en el estudio del proceso de trabajo y de producción en la gran industria, y especialmente en el período de acumulación fordista-taylorista ya en el siglo XX, que veremos en el apartado 1.2, hagamos un breve recorrido por sus dos formas previas fundamentales: la cooperación y la manufactura. Del análisis de estas primeras formas de organización del proceso de trabajo en la sociedad capitalista surgen algunos conceptos clave para nuestro campo de estudios. Tales conceptos se hallan presentes en los debates contemporáneos sobre la naturaleza del proceso de trabajo y comprenden la función de dirección del capital, la división del trabajo en el taller y en la sociedad, la noción de obrero colectivo y la división entre trabajo manual e intelectual, y están basados fundamentalmente de los aportesN de Karl Marx y de otros autores contemporáneos que desarrollan y actualizan su obra.

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Karl Marx (1818-1883) fue un pensador de origen alemán. Es considerado el padre del socialismo científico, así como uno de los padres fundadores y clásicos de la Sociología. Su obra más importante es El Capital. Crítica de la economía política, publicada en 1867, en donde realiza un exhaustivo estudio de la sociedad capitalista a partir de la crítica de la economía política clásica, la filosofía alemana hegeliana y el socialismo utópico, basado en un profundo análisis desde el materialismo histórico. El marxismo representa uno de los grandes paradigmas críticos de las ciencias sociales del siglo XX.

Retomamos en nuestra carpeta su aporte para la comprensión de las formas de trabajo y producción bajo esta formación social, tanto desde los procesos históricos como desde las categorías analíticas que propone, y que iremos desarrollando en esta unidad, en diálogo con otros autores.

Foto de Karl Marx

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La existencia de un número importante de trabajadores libres, no condicionados por relaciones de esclavitud o servidumbre y, por lo tanto, propietarios de su propia fuerza de trabajo es una condición indispensable para el desarrollo de la relación capitalista, cuya característica específica es justamente la compra y venta de fuerza de trabajo. Pero, además, es imprescindible que estos trabajadores no posean otra posibilidad de subsistencia que no sea su propia fuerza de trabajo y la venta de esta. Por lo tanto, no deben poseer, por ejemplo, medios de producciónN para instalarse por su cuenta o tierra para cultivar y de este modo proveerse de medios de vida.

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Es importante advertir el carácter histórico de este fenómeno. Mientras que la compra y venta de la fuerza de trabajo ha existido desde la antigüedad, una clase sustancial de trabajadores asalariados no empezó a formarse en Europa hasta el siglo XIV y no se convirtió en numéricamente significativa hasta el surgimiento del capitalismo industrial, es decir, la producción de mercancías sobre bases capitalistas en oposición al capitalismo mercantil, el que simplemente intercambiaba el excedente de productos de las formas primitivas de producción, en el siglo XVIII (Braverman, 1975: 69).

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Esto significa que la relación capitalista presupone la escisión entre los trabajadores y la propiedad de los medios y condiciones para la realización del trabajo. Tal división no solo se reproduce, sino que se amplía con el desarrollo de la producción. Marx explica al respecto: “El proceso que crea a la relación del capital, pues, no puede ser otro que el proceso de escisión entre el obrero y la propiedad de sus condiciones de trabajo, proceso que, por una parte, transforma en capital los medios de producción y de subsistencia sociales, y por otra convierte a los productores directos en asalariados” (Marx, 1994: 893).

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A quienes les interese profundizar en este proceso histórico, uno de cuyos elementos básicos fue la expropiación de las tierras que eran de propiedad de los campesinos, individuales o colectivas, y su apropiación por parte de grandes latifundistas, se recomienda la lectura de “La acumulación originaria” (Marx, 1994, vol. I, caps. XXIV y XXV).

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Respecto de la fuerza de trabajo liberada, tanto de la esclavitud como de las relaciones de servidumbre, el capitalista la utiliza, en un comienzo, tal como la encuentra en el mercado, condicionada por lo tanto por las características de anteriores modos de producción. Los primeros talleres capitalistas eran simples aglomeraciones de unidades más pequeñas de producción que, de modo semejante a los talleres artesanales durante el feudalismo, reflejaban poco cambio en los métodos tradicionales y en la división del trabajo. Pero con el surgimiento de nuevas industrias, muchas de las cuales poseían pocos antecedentes artesanales, el proceso de trabajo se ve transformado completamente. Las funciones conceptuales y de dirección, de gerencia y administración son asumidas por el capitalista en virtud de su propiedad del capital. El proceso de trabajo ha pasado a ser responsabilidad del capitalista. A partir de allí experimentará profundos y constantes cambios para poder obtener de él y de la fuerza de trabajo contratada el mayor rendimiento con vistas a la acumulación de capital.

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Una distinción fundamental aquí es entre trabajo y fuerza de trabajo. Tanto Marx como Braverman (1975) explican que debido a que la actividad laboral, que se realiza a través de los músculos y el cerebro, es inseparable de la persona que trabaja, lo que el trabajador vende y lo que el capitalista compra no es una determinada cantidad de trabajo, sino la fuerza de trabajo durante un período convenido de tiempo. Esta incapacidad de comprar trabajo y el hecho de que el capitalista deba comprar la fuerza para realizarlo tiene importantísimas conse c uencias para el modo capitalista de producción.

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Cuando el capitalista compra fuerza de trabajo, debe enfrentarse con las condiciones subjetivas de los obreros, con su historia, con las condiciones generales de vida, con determinadas capacidades técnicas de estos, etc., algo que no le ocurre con los objetos y medios de trabajo. Por ello, “[...] se convierte en esencial para el capitalista que el control sobre el proceso de trabajo pase de las manos de los trabajadores a las suyas propias. Esta transición se presenta en la historia, respecto al trabajo como la alienación progresiva del proceso de producción y respecto al capitalista como el problema de la administración” (Braverman, 1975: 76). Este problema será especialmente pertinente en cuanto a la instauración de la producción en masa y las limitaciones con que se encontrará el taylorismo y, con posterioridad, el fordismo, para adecuar la fuerza de trabajo a la Organización Científica (OC), como veremos más adelante.


La cooperación simple y la dirección capitalista

Marx explica en El Capital que el punto de partida tanto histórico como conceptual de la producción capitalista está dado por el operar de un número de obreros relativamente grande, al mismo tiempo, en el mismo espacio, para la producción del mismo tipo de mercancías y bajo el mando del mismo capitalista. Esta simple ampliación cuantitativa del taller artesanal significa desde ya una revolución en las condiciones objetivas del proceso de trabajo, dado que no se trata de una sumatoria de fuerzas individuales sino del surgimiento de una fuerza productiva del trabajo esencialmente social. Esta forma, llamada cooperación simple, implica aquella producción en la que el capital opera en gran escala, pero sin que la división del trabajo o la maquinaria desempeñen un papel significativo. La cooperación simple tiene al menos tres características fundamentales:

  1. Una parte de los medios de producción se consumen colectivamente en el proceso de trabajo. El valor de los medios de producción colectivos y concentrados no aumenta en proporción a su volumen y a su efecto útil, con lo que se produce una economía en su empleo debido al consumo colectivo.

  2. El objeto de trabajo recorre la misma trayectoria en un lapso más breve de tiempo al evitarse el traslado del producto desde los lugares diversos de producción. Con ello se disminuye significativamente el “tiempo muerto o improductivo”.

  3. Por otra parte, el control sobre el trabajo, la vigilancia y supervisión por parte de la dirección y los capataces se hacen más efectivos respecto, por ejemplo, del trabajo a domicilio.
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Este último elemento, el control sobre el trabajo, merece especial consideración. Es a partir de la cooperación, como punto de partida de la producción capitalista, que la dirección del proceso de trabajo deviene función exclusiva del capital. No se trata solamente de una función especial derivada de la naturaleza del proceso social de trabajo, sino que es a la vez función de control, dominación y explotación sobre el proceso de trabajo en condiciones capitalistas y, por lo tanto, resultado, de las relaciones sociales. Es necesaria esta distinción metodológica entre una función técnica y la función social de un grupo de poder para evitar confusiones conceptuales; asimismo, permite incorporar el análisis de otras formas de organización del trabajo, como es el caso de las cooperativas y fábricas recuperadas, y la cuestión de la “autogestión” en términos generales, tema que profundizaremos en la Unidad 3.

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El hecho de que la dirección y el control del proceso de trabajo devienen funciones exclusivas del capital se vincula a lo que André Gorz (1991) denomina, y que desarrollaremos más adelante, la “heteronomía o heterodeterminación” del proceso de trabajo, y que implica que este es un proceso regulado y coordinado desde el exterior. Por su parte, Armando De Palma (1972) lo considera, siguiendo a Marx, como una enajenación del trabajo, dada la exclusión de los obreros en las decisiones que presiden la formulación de las normas.


La manufactura y la división del trabajo

La manufactura es una forma de cooperación que se funda en la división del trabajo y en la producción de una gran cantidad de mercancías, requeridas por la creación del mercado mundial y el desarrollo del comercio en los siglos XV y XVI. Se extiende en líneas generales desde mediados del siglo XVI hasta el último tercio del siglo XVIII. El manufacturero es ante todo un gran comerciante; la mayoría de las veces es un comerciante que se ha enriquecido en el comercio con Oriente.

Básicamente, consiste en reunir en un mismo taller y bajo el mando de un mismo capitalista a trabajadores pertenecientes a oficios artesanales diversos e independientes, por cuyas manos tiene que pasar cierto producto hasta su terminación definitiva. La mercancía, que antes era producto individual de un artesano independiente que hacía cosas muy diversas, se convierte ahora en el producto social de una asociación de artesanos, cada uno de los cuales ejecuta constantemente solo una operación, siempre la misma. En la manufactura, el proceso de producción en sus fases particulares coincide por entero con la disgregación de una actividad artesanal en sus diversas operaciones parciales. La operación sigue siendo artesanal, y por tanto dependiente del vigor, habilidad, rapidez y seguridad del obrero individual en el manejo de su instrumento.

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La manufactura genera una clase de trabajadores que la industria artesanal excluía completamente, los llamados obreros no calificados. Por un lado, se desarrolla el virtuosismo y la perfección en una actividad unilateral y, por otro, se crean puestos de trabajo que en su simplificación no requieren calificación alguna. A partir de la separación y gradación jerárquica de los trabajadores en obreros no calificados y calificados, se produce una desvalorización relativa de la fuerza de trabajo. La razón de esto es que en el caso de los primeros los costos de aprendizaje desaparecen y en el de los segundos se reducen en comparación con el maestro artesano. Este fenómeno implica dire tamente una mayor valorización del capital.

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Nos detendremos un momento para ampliar el análisis sobre el concepto de división del trabajo en el proceso de trabajo, innovación histórica fundamental que introduce el capitalismo en este período. Harry Braverman (1975) afirma que la división del trabajo en especialidades productivas ha existido en todas las sociedades conocidas: división a través de criterios sexuales, división entre la ciudad y el campo, división territorial según las particularidades del suelo, etc. Pero se trataba hasta aquí de una especialización en ramas de producción, y no en tareas dentro de cada una de estas. Marx denomina al primer fenómeno división social del trabajo; a partir de ella, la especie humana en su conjunto logra desarrollar lo que un individuo aislado no podría por sí solo. El segundo fenómeno, en cambio, se conforma en el proceso de producción capitalista y consiste en una división detallada y sistemática del trabajo. Es decir, una descomposición de los procesos implicados en la confección del producto en múltiples operaciones realizadas por diferentes obreros.

Otro concepto que analizaremos antes de introducirnos en el proceso de trabajo en el siglo XX es el de la división entre trabajo intelectual y trabajo manual. La diferencia específica del trabajo humano con respecto al de los animales es que el producto que va a realizarse ya existe en la mente del trabajador. En el trabajo humano, el mecanismo rector es la fuerza del pensamiento conceptual. La humanidad es capaz de una infinita variedad de funciones y divisiones de funciones sobre la base de la familia, el grupo o el asentamiento social. En todas las otras especies, la fuerza directiva y la actividad resultante, el instinto y la ejecución, son indivisibles.

Esta última división no solo se da en el proceso de trabajo en el taller, sino que también se inscribe en el seno de la sociedad. Al respecto, Barret (1961) señala sobre los orígenes del capitalismo:

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Para afirmarse mejor como clase social, distinta de la clase obrera, la burguesía procura el descrédito del trabajo manual. Los trabajadores son víctimas del espíritu aristocrático que impera en el Renacimiento. El sistema educativo, que tiene como eje fundamental el conocimiento del griego y del latín, traza una línea de demarcación infranqueable entre sus hijos y los de los patronos. El artista y el artesano se divorcian por largo tiempo. Mientras aquel se convierte en un personaje importante que frecuenta príncipes y banqueros, el segundo es relevado entre la plebe. Los pintores no quieren permanecer confundidos con los estucadores dentro del marco de la cofradía de San Lucas; los arquitectos aspiran a distinguirse de los maestros albañiles, herederos venidos a menos y menospreciados del título que habían llevado los constructores de las catedrales. Existe el convencimiento de que el trabajo manual es algo servil y deshonroso (Barret, 1961: 30).

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Además de las artes, esto sucede particularmente respecto de la ciencia naciente. Esta se separa del resto de la sociedad y comienza a ser moldeada, producida y utilizada, en líneas generales, al servicio del capital. Es decir que la división entre trabajo manual e intelectual no opera únicamente en el nivel de la producción, sino que para lograr una estructura coherente debe ubicarse en el marco de la reproducción de la sociedad, lo que principalmente ocurrirá a través del sistema escolar y la ideología.


La fábrica y el maquinismo. La gran industria

A partir de la utilización sistemática de la maquinaria en la producción industrial comienza el período de madurez del modo de producción capitalista. El maquinismo es una forma específica de organización de la producción correspondiente a esta fase industrial. Así como en la manufactura la revolución que tuvo lugar en el modo de producción tomó como punto de partida la fuerza de trabajo, en la gran industriaN esta revolución va a comenzar a partir del medio de trabajo. La Revolución Industrial que arranca en el siglo XVIII se caracterizó básicamente por el desarrollo y la producción de máquinas y la utilización de nuevas fuentes energéticas.

En este contexto, irrumpirá en el siglo XIX una forma de comprender el trabajo basada en la relación entre los hombres y la naturaleza, y de los hombresN entre sí. El trabajo puede entenderse como la capacidad exclusiva de las personas para transformar la materia, la naturaleza. Lo que diferencia el trabajo humano de cualquier actividad animal es que el hombre, al trabajar, le da un sentido a esa acción, proyecta algo que sucederá concretamente a partir de su trabajo. Por eso, cuando realiza esa actividad, o sea, trabaja, y logra lo que había proyectado, se realiza como tal. Eso que ha producido su trabajo, ese producto, no podría haber existido sin su mediación, por lo que eso le pertenece, en tanto que fue realizado para satisfacer sus necesidades. A esto se lo llama capacidad de autorrealización del trabajo.

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Concebimos al trabajo bajo una forma en la cual pertenece exclusivamente al hombre. Una araña ejecuta operaciones que recuerdan las del tejedor, y una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera (Marx, 1994, libro I).

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Pero Marx también, advierte que, a pesar de esta capacidad humana dada por el trabajo, en el modo de producción capitalista no tiene ninguna posibilidad de realización humana. Allí se convierte en una actividad alienante, como veremos luego, en tanto que el producto final no le es propio, y tampoco lo son los medios con los cuales lo ha producido, y los beneficios de su usufructo tampoco son suyos, sino que engrosan las ganancias del empresario.

Como los empresarios capitalistas son los que concentran los medios de producción (máquinas, herramientas, insumos, plantas industriales, etc.), los trabajadores, por lo tanto, se encuentran en la obligación de vender su único recurso, su fuerza de trabajo (sus capacidades de trabajo) para obtener los medios para su subsistencia a través del salario. Esto se traduce en que una relación presentada como entre iguales sea profundamente desigual, y que solo gracias a las luchas sociales del movimiento obrero, se pudiera equiparar la relación, permitiendo que el salario se convirtiera en la herramienta principal de disputa de la ganancia capitalista y, por ello, en parte esencial de la lucha por la distribución justa de la riqueza entre capital y trabajo.


Proceso de trabajo y proceso de valorización en el capitalismo

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Marx realiza una clara distinción analítica entre lo que llama proceso de trabajo y proceso de valorización cuando analiza las características del modo de producción capitalista Esta distinción significa que el proceso de producción capitalista debe ser considerado en su doble carácter, como proceso de trabajo que genera valores de uso y como proceso de valorización del capital cuyo objeto es la extracción de plusvalor. No se trata de dos fenómenos que se dan por separados en la realidad, sino que ambos procesos son dos caras de una misma actividad de producción, única e indivisible. A la vez señala que, en la producción capitalista, hay una primacía del proceso de valorización sobre el proceso de trabajo. Este interjuego de elementos contradictorios y dialécticos, entre la materialidad de un proceso y la forma social que este reviste en un determinado momento histórico y social, se halla presente en toda la obra de Marx (particularmente desarrollado en su obra mayor, El Capital): valor de uso y valor de cambio, trabajo concreto y trabajo abstracto, entre otras.

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Respecto del proceso de trabajo y del proceso de valorización en el capitalismo, por ejemplo, sería casi imposible disociar un fenómeno del otro ya que ambos se han moldeado en forma conjunta al calor del acontecer histórico. El proceso de trabajo, en su configuración actual, se halla profundamente determinado por las relaciones capitalistas, no puede comprenderse fuera de ellas. La relación entre ambos es dialécticaN, de unidad y de contradicción.

Esta perspectiva marxista sobre el trabajo como categoría histórica se registra además en otras dos grandes corrientes del pensamiento durante el siglo XX: el cristianismo y el humanismo. Si bien difieren en muchos aspectos, comparten el carácter atribuido al trabajo.

El trabajo “tiene una esencia, un carácter antropológico, que se constituye de creatividad, inventiva y lucha contra la necesidad, que le confiere su doble dimensión de sufrimiento y de realización personal” (Meda, 1995: 20). Es el trabajo, entonces, lo que permite tanto la autorrealización individual como la realización de la humanidad. En este sentido, se comparten la idea de humanizar las condiciones de trabajo para que permitan el desarrollo pleno de todos los hombres.

Como hemos visto, en los siglos XVIII y XIX se va a dar una modificación con respecto al concepto de trabajo y, por consiguiente, se dará un cambio en relación con el estatus de las y los trabajadores a partir de la toma de conciencia de que son la base de la producción de la riqueza de la sociedad. Pero es importante mencionar que, si bien se visibiliza y reconoce el rol de las y los trabajadores en la generación de riqueza, al no ser propietarios de los medios de producción, ocupan un lugar de subordinación en la estructura social. Es decir que se evidencia la tensión entre los propietarios y las y los trabajadores, en especial a partir de la necesidad de incorporación de estos últimos en el proceso de producción para agregar valor.

Como vimos al inicio de la unidad, a partir del siglo VIII se inicia un periodo en que se revaloriza socialmente el trabajo. Sin embargo, ser trabajador o trabajadora solo va a garantizar las condiciones mínimas de subsistencia, evidenciándose así las relaciones de explotación y subordinación en los espacios laborales.

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Para reflexionar
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¿Persisten estas perspectivas en nuestra sociedad? ¿Cómo fueron transformándose a lo largo del tiempo? ¿Qué lugar ocupan hoy las y los trabajadores en la sociedad?

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La división social del trabajo ha multiplicado las oportunidades de realización profesional e inserción social para amplios sectores de trabajadores y clases medias; por lo tanto, se ha complejizado y relativizado la idea negativa sobre el trabajo en la sociedad capitalista contemporánea. En este sentido, fue quedando cada vez más en evidencia la importancia del trabajo como vía de desarrollo personal y satisfacción económica de necesidades, y como espacio de integración.

Lo dicho hasta acá resume tres aspectos presentes en muchas de las percepciones sobre “qué es el trabajo”:

  1. una actividad que hace a la constitución misma del ser humano;

  2. una actividad que permite el vínculo y la integración social;

  3. una actividad que requiere determinadas condiciones sociales para que se logren los dos aspectos anteriores, ya que en muchos casos no permite esa realización e integración social, sino que se convierte en fuente de explotación y subordinación.
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Actividad 1.1.
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  1. Visione el video El legado: el trabajo, producido por Canal Encuentro.

    Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=WtKzE9Oxnhs [Consulta: 3/11/20].


  2. Realice un listado de los atributos y características que aparecen en el video en relación con el concepto de trabajo.

  3. Elabore una reflexión escrita sobre lo que para usted es el trabajo, teniendo en cuenta el devenir histórico hasta aquí analizado.

1.2. El período de acumulación fordista-taylorista: 1920-1970

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A principios del siglo XX se produce una Segunda Revolución Industrial, a partir de la cual comienza a sustituirse el carbón como única fuente energética por otras nuevas de gran capacidad, como el petróleo y la electricidad, que hacen posible un desarrollo sin precedentes de la producción industrial. La dinámica de la producción va a centrarse en la industria pesada –metalurgia, química, minería– y la industria de bienes duraderos –automóviles, electrodomésticos–, relegando a un segundo plano a la industria liviana, como la textil, que había sido la base del desarrollo precedente.

El capital, concentrado y conformado en organizaciones oligopólicas transnacionales, rápidamente comienza a operar según los preceptos fordista-tayloristas. Estos consisten en la implementación de nuevas formas organizacionales y técnicas gerenciales en función de la producción en masa de productos estandarizados. El establecimiento de este régimen de acumulación se desarrolla en un largo proceso que abarca más de medio siglo, y se convierte finalmente en la piedra angular de la organización del trabajo industrial en el período de expansión de la segunda posguerra.

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Leer con atención
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La conformación de la producción en masa significa el surgimiento de un nuevo régimen de acumulación en la sociedad capitalista. Como tal, plantea una serie de dificultades, reposicionamientos y modificaciones en las formas de organizar las relaciones sociales. Se hace necesario concebir nuevos modos de reglamentación política, una nueva forma de relación Estado-sociedad civil que se adapte a los requeri mientos del régimen de acumulación.

Texto

El geógrafo y teórico social británico David Harvey (1990) señala que todo sistema particular de acumulación debe generar un sistema coherente de reproducción: “Un régimen de acumulación describe la estabilización durante un largo período de la asignación del producto neto entre el consumo y la acumulación, esto implica alguna correspondencia entre ambas condiciones, las de producción y las de reproducción de trabajadores” (p. 122). Para este autor, el largo período de expansión a partir de la segunda posguerra tuvo como base un conjunto de prácticas de control del trabajo, tecnologías, hábitos de consumo y configuraciones de poder político-económico que él denomina período de acumulación fordista-keynesiano. De aquí que el nuevo sistema se postulara no como un mero modo de producción en masa sino como un modo de vida total.

Con la instalación del fordismo en la década de 1920 se inicia un gran aumento de la productividad, junto a una disminución significativa de los puestos de trabajo causada por la transición tecnológica. La confluencia de estos factores, entre otros, determina la crisis de sobreproducción por la caída de las ventas en los años 30, debido a la Gran DepresiónN.

El economista John Maynard Keynes, en oposición a las teorías económicas clásicas, plantea la posibilidad de atenuar las crisis económicas del capitalismo mediante la intervención estatal. El Estado pasa a ser el encargado de reactivar la economía, cumpliendo un papel de empresario y productor; en tal reactivación, la guerra y la industria bélica jugaron un papel fundamental en el pasado siglo.

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Texto aparte
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El keynesianismo nace como una respuesta al gran caos generado hacia los años 30, a partir del cual el capital se resguarda en el Estado, mitad “providencia” mitad “policía”, que se convierte en el dispositivo necesario para asegurar la valorización y reproducción del capital y del trabajo asalariado.

Con el keynesianismo “se inicia una nueva secuencia en las modalidades y prácticas estatales de regulación y control social. La intervención del Estado intenta regular la demanda y atenuar el problema del desempleo tecnológico, a fin de reactivar la economía y amortiguar la pronunciada caída de la tasa de ganancia que había provocado la crisis. La persecución del pleno empleo se plantea entonces como una tarea central. Economistas y sindicalistas plantean la división de horas entre ocupados y desocupados, a partir de una disminución de la jornada de trabajo. Lo que se busca es crear empleo lo más rápidamente posible con el objeto de recuperar los niveles de consumo, se plantea incluso emplear más fuerza de trabajo que maquinarias, en contradicción con la tendencia histórica de la composición orgánica del capital” (Altschuler, 1999: 41). La composición orgánica del capital es para Marx la relación entre el capital constante (maquinarias) y el capital variable (fuerza de trabajo, o trabajo vivo), y su tendencia histórica es el aumento del primero sobre el segundo.

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Solo después de la segunda posguerra comienza a forjarse el llamado Estado de bienestar, elemento clave en la articulación política del régimen de acumulación fordista. En este contexto, el Estado no solo interviene en la economía para dinamizar la demanda a través del incremento de su gasto público en general (keynesianismo), sino que dentro de este último el gasto social se convierte en un componente mayoritario. A su vez, dicha transformación no puede comprenderse si no tomamos en cuenta el contexto histórico mundial: el avance de los movimientos revolucionarios en Europa y la amenaza latente o manifiesta que significaba el comunismo y la izquierda en todo el mundo, en el período conocido como Guerra Fría (desde 1945 hasta la caída del Muro de Berlín en 1989).

A partir de dicho período keynesiano y bajo la órbita de un Estado de bienestar, el control de la demanda se realiza tanto en forma directa, a través del gasto público y social (obras públicas, servicios sociales), como en forma indirecta, subsidiando el consumo mediante la disminución de los impuestos que lo restringen y un aumento de los salarios. En materia fiscal, la política redistribucionista del Estado consiste en reorientar los recursos hacia las clases medias y bajas con el fin de estimular su capacidad y disposición para el consumo.

1.2.1. El taylorismo y la Organización Científica del Trabajo (OCT)

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El gran crecimiento de la industria capitalista y los desarrollos en el modo de producción hasta aquí señalados hacían necesaria una teoría de la administración que orientara la práctica de la dirección, no solo en cuanto al proceso de trabajo sino también respecto de la valorización.

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Los principios de Frederick Winslow Taylor, ingeniero industrial y economista estadounidense (1856-1915), constituían la culminación de una corriente que ya existía en antecesores como Charles Babbage y Henri Fayol. El mérito de Taylor no fue inventar algo por entero nuevo sino, más bien, sintetizar, sistematizar y presentar de un modo coherente las ideas sobre administración y organización del trabajo que habían germinado y alcanzado fuerza en Gran Bretaña y los Estados Unidos.

Fotografía de Frederick Taylor

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Veamos en primer lugar las limitaciones con que se encontró el desarrollo de la producción capitalista para comprender de un modo más acabado el contexto de surgimiento del taylorismo, así como su significación en tales circunstancias.


Origen y condiciones de surgimiento de la nueva administración

Los oficios se habían constituido en un primer momento en condición necesaria para la industria. Por un lado, el savoir-faire (o saber hacer) del artesano no había sido sistematizado ni codificado, y por ello el capitalista no podía tener un verdadero control del proceso de trabajo. El obrero de oficio, heredero de los “secretos” del gremio, continuaba siendo la condición ineludible en la manufactura, e incluso en los comienzos de la gran industria. El capital se veía obligado a desplazarse en busca de aquellos lugares donde hubiera obreros hábiles; en Inglaterra, estos tenían incluso la prohibición de emigrar. La mano de obra calificada era escasa, indisciplinada, y el factor de producción, más costoso.

Los gremios y obreros de oficio, conscientes de esta situación, utilizaban su poder corporativo como elemento de resistencia y valorización de su fuerza de trabajo, limitando el número de sus miembros y excluyendo en forma sistemática de sus organizaciones a los unskilled u obreros no calificados. Esta aristocracia obrera, que se veía representada por ejemplo en la American Federation of Labor (AFL) –conjunto más o menos estructurado de uniones profesionales–, tenía un carácter estrictamente de oficio y utilizaba expresiones tales como “ratas”, “filisteos” y “amarillos” para designar a los obreros que trabajaban por debajo de las tarifas sindicales y por fuera de las corporaciones de oficio (Coriat, 1992a).

Lo que hasta entonces era una condición, pronto se convirtió en un obstáculo para la acumulación. Sobre todo en los Estados Unidos, la falta de obreros de oficio en número suficiente fue hasta fines del siglo XIX un problema fundamental para el capital americano. El pensamiento patronal se volvió entonces contra el oficio, se propuso quebrantarlo o soslayarlo para crear las condiciones de una acumulación del capital a gran escala.

En tal proceso la máquina jugó un papel fundamental. Desde el comienzo esta fue concebida como una forma de romper las resistencias levantadas por el oficio. Andrew Ure afirmaba al respecto: “El gran principio de la manufactura moderna es reducir, a través de la unión del capital y la ciencia, el trabajo de los obreros al simple ejercicio de la vigilancia y la destreza, facultades que alcanzan una especie de perfección en los niños” (citado por Coriat, 1992a: 16). Esto permitía además aumentar el ritmo de trabajo y luchar contra “la insubordinación y la indisciplina obreras”, consideradas por el autor como el obstáculo principal. La máquina no solo poseía la virtud económica de hacer el trabajo más productivo, sino que además podía ser instrumento de “regularización” y sometimiento de los trabajadores. Por eso se procuró intensificar aceleradamente la mecanización para simplificar el trabajo, de tal suerte que los puestos calificados pudieran ser ejecutados por trabajadores no calificados e, incluso, por mujeres, niños y niñas.

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Texto aparte
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Los niños y las niñas, a quienes se pagaba tres o cuatro veces menos que a sus parientes adultos, y que presentaban una mayor docilidad y agilidad para el aprendizaje y el trabajo, constituían también, junto a la introducción de maquinaria, una importante línea de ataque contra el obrero de oficio organizado y sindicalizado.

En el año 1919 se crea la Organización Internacional del Trabajo (OIT), organismo tripartito conformado por gobiernos, organizaciones obreras y de empleadores, que establece, en su primera Conferencia Internacional realizada ese mismo año, un convenio que prohíbe el trabajo por debajo de los 14 años en el sector industrial. Luego, a lo largo de los años, la OIT aprobó una serie de normas que establecían edades mínimas de ingreso al empleo para distintos sectores económicos, que en 1973 fueron integradas en el Convenio 138.

Por su parte, en 1994 Argentina adhirió a la Convención de los Derechos del Niño, aprobada por Naciones Unidas en 1989. En 2005 se sanciona la ley 26061 de Protección integral de los derechos de las niñas, niños y adolescentes, que establece como principio general que la edad mínima para ser admitida/o en un empleo no puede ser inferior a la que establece la obligatoriedad escolar (Altschuler, 2016). Luego, en 2008, se promulga la ley nacional 26390 de Prohibición del trabajo infantil y protección del trabajo adolescente, que eleva la edad mínima a 16 años, prohibiendo la actividad laboral de menores en todas sus formas, exista o no relación de empleo contractual, y sea este remunerado o no.

Fuente: Altschuler (1999, 2016)

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Para reflexionar
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Vemos así que la prohibición del trabajo de niños y niñas constituye algo relativamente reciente; hasta entonces, y en el período que estamos analizando, la contratación de niños y niñas para el trabajo tanto rural como industrial era un hecho legitimado a nivel social. Incluso en la actualidad no se ha podido erradicar el trabajo infantil en distintas partes del mundo, siendo objeto de controversias entre distintos sectores y de controles variables –según los casos y períodos–, por parte del Estado y los organismos internacionales.

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Como señala Benjamín Coriat (1992a), hasta aquí –fines del siglo XIX y principios del XX–, no hay una definición clara en la disputa entre capital y trabajo. Será Taylor y su Scientific Management el elemento que incline la balanza en favor del capital. Según Coriat, lo que diferencia a Taylor de sus predecesores es el hecho de haber constituido al oficio mismo como blanco de ataque.

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Para ampliar
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Benjamin Coriat es profesor de ciencias económicas en la Universidad París-XIII y copresidente del colectivo de economistas franceses denominado Les Économistes atterrés. Es autor de El taller y el cronometro: ensayo sobre el taylorismo, el fordismo y la producción en masa (1992); El taller y el robot. Ensayos sobre el fordismo y la producción en masa en la era de la electrónica (1992), y Pensar al revés. Trabajo y organización en la empresa japonesa (1992).

Fotografía de Benjamin Coriat

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Algunos elementos para tener en cuenta respecto de la significación histórica de los preceptos taylorianos se relacionan con la particular composición de la clase obrera en el período, el componente mayoritario de los obreros no calificados y la exclusión de estos últimos de los sindicatos. El hecho es que, al hacer posible la entrada de los unskilled workers en el taller, Taylor no solo posibilitaba la incorporación de un trabajador objetivamente menos caro sino, además, no organizado. Esta doble determinación es funcional tanto al proceso de acumulación y a la obtención del plusvalor como al objetivo de la dirección de reforzar el control sobre el trabajo. El movimiento conocido como Open Shop Campaign (campaña para abrir el taller a los obreros no especializados, no sindicados) encontró en Taylor un medio práctico para quebrantar la organización y el poder de los obreros especializados.


El pensamiento de Taylor

El taylorismo instauró una serie de mecanismos y dispositivos que se legitimarían como saberes “científicos” en torno al trabajo y que tuvieron como uno de sus objetivos centrales disciplinar la mano de obra en función de los requerimientos del modo de acumulación. Taylor, significativamente, denominó a la nueva concepción Organización Científica del Trabajo (OCT). En su libro The Principles of Scientific Management (1911) realiza un riguroso estudio del tiempo y los movimientos en el taller como vía por excelencia para aumentar la productividad. Con la introducción del cronómetro en el taller, Taylor se propone:

  • disminuir los tiempos muertos en la producción,

  • descomponer los movimientos y fragmentar el trabajo en monotareas, y

  • separar los puestos de ejecución de los puestos de control.

Coriat (1992a) señala, sin embargo, que el pensamiento de Taylor no se reduce a un conjunto de ideas sobre la organización del taller, sino que encierra además una estrategia económica de conjunto para el capitalismo americano. Taylor sostiene que la fuente de la riqueza no la constituye el dinero sino el trabajo. Puede decirse que Taylor postula entonces una teoría del crecimiento: si el trabajo es la fuente de la riqueza, solo el aumento de la productividad del trabajo puede favorecer el desarrollo de la acumulación del capital.

Taylor, entonces, se fijó como objetivo obtener el máximo u óptimo rendimiento de la fuerza de trabajo en una jornada laboral. Para ello se encontró en primer término con un problema fundamental que fue definido por él mismo como la tendencia de los hombres a la “holganza o flojera sistemática”. Se trataría de un acuerdo deliberado y consciente de los trabajadores a fin de preservar sus intereses:

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Cita
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La pereza natural de los hombres es seria, pero con mucho, el más peligroso de los demonios, a causa del cual, ambos, obreros y patrones están sufriendo, es la flojera sistemática que es casi universal bajo los esquemas ordinarios de administración y que es el resultado de un cuidadoso estudio de parte de los obreros de lo que ellos piensan que promoverá sus mejores intereses [...] La mayor parte de la flojera sistemática es realizada por los hombres con el objetivo deliberado de mantener a sus patronos ignorantes acerca de lo rápido que un trabajo puede ser hecho (F. Taylor, Shop Management, citado en Braverman, 1975: 135).

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Esta concepción se encuentra en la base de la OCT. De aquí la necesidad de la dirección de arrebatar a las y los trabajadores no solo el control de los modos operatorios sino, además, el de los tiempos y los ritmos de trabajo. Para eliminar el problema de la holganza sistemática era menester que los patrones tomaran conocimiento de manera “científica” de lo que un obrero podía hacer y de cómo debía realizarlo, tarea a la que se dedicaron intensos estudios y experimentaciones. Con el fin de evitar la holganza sistemática era necesario además “motivar” al trabajador. Considerando al dinero como motivador esencial, se fijó un sistema de remuneraciones según el rendimiento que otorgaba primas por productividad.


La transformación del proceso de trabajo y de valorización con Taylor

En relación con lo antes señalado, podemos enunciar tres principios básicos del taylorismo:

  1. Disociación entre el proceso de trabajo y la pericia de los obreros: consiste en reunir en las manos de la gerencia toda la información que poseen los obreros en su saber práctico, en su conocimiento tradicional, clasificarlo,tabularlo y reducirlo a reglas y fórmulas. Esto permite a la gerencia descubrir los métodos más rápidos y expeditivos para realizar una tarea, encontrar la one best way de los modos operativos en el taller.

  2. Separación estricta de los puestos de ejecución y concepción: en la idea de Taylor, todo trabajo cerebral debe ser removido del taller y concentrado en el departamento de concepción y planeación. La dirección debe dar diariamente instrucciones estrictas respecto del trabajo que debe realizarse al día siguiente, no solo qué debe producirse sino, además, cómo, cuánto y en qué tiempo debe realizarse.

  3. Fragmentación y medición de tiempos y movimientos: el trabajo es descompuesto en un conjunto de gestos de producción, concebidos y preparados por la dirección de la empresa y cuyo respeto es vigilado por ella. Es lo que se conoce como tiempo asignado, en el que estrictamente debe desarrollarse la correspondiente tarea.

El primer principio consiste entonces en la reunión y el desarrollo del conocimiento de los procesos del trabajo, el segundo es la concentración de este conocimiento para el dominio exclusivo de la gerencia y el tercero es el uso de este monopolio del conocimiento para fragmentar y controlar cada paso del proceso de trabajo y su modo de ejecución. Ninguno de estos principios es estrictamente nuevo en cuanto a la producción en la gran industria, pero con el taylorismo cada uno de ellos es estudiado y desarrollado por primera vez en forma sistemática por la administración capitalista.

El segundo de ellos –la separación de los puestos de concepción y ejecución– va a normalizar la división entre trabajo manual e intelectual de la que ya hablamos, reduciendo el trabajo manual a unos movimientos mínimos y concentrando el trabajo intelectual en manos de la dirección en forma de conocimientos científicos.

El tercer principio –la fragmentación de las tareas, la medición de tiempos y movimientos y el control de estos por la dirección– se relaciona con lo que hemos señalado en cuanto a la división del trabajo dentro del taller. Pero con el taylorismo esto es llevado a un extremo en que las tareas y movimientos fragmentados son estandarizados minuciosamente, a fin de asegurar que los trabajadores utilicen únicamente los gestos operatorios más eficaces según el denominado one best way, es decir, la única mejor manera posible de realizar una tarea según los estudios y descubrimientos realizados por los departamentos de concepción y planeamiento.

Las nuevas normas de trabajo implican un proceso de doble dimensión ya que modifican a la vez el trabajo concreto y el trabajo abstractoN . En cuanto al primero, el Scientific Management produce la descomposición del trabajo en un conjunto de gestos de producción que deben realizarse en un tiempo asignado. Con ello se asegura la integración progresiva de los trabajadores no especializados en los puestos de los obreros profesionales o de oficio, lo que provoca finalmente un cambio en la composición de la clase obrera requerida. Desde el punto de vista del trabajo abstracto, de su valor de cambio y de su rendimiento, está asegurado un gran incremento de la productividad del trabajo y sobre todo de su intensidad. Una vez que el obrero ha perdido el control de los modos operatorios, no falta mucho para que el control de los tiempos deje de depender de él. Por reducción de los tiempos muertos, se da de hecho un alargamiento de la duración del trabajo, por la intensificación de la jornada.

Estos dos elementos que inciden en el proceso de trabajo y en el proceso de valorización inauguran un nuevo modo de consumo productivo de la fuerza de trabajoN. A su vez, con la extensión del sistema taylorista, ocurre un cambio en las condiciones de extracción del plustrabajo que significa un aumento de la tasa de explotación, principalmente sobre la base de la intensificación del trabajo.

Coriat (1992a: 2 y ss.) sintetiza las transformaciones sociolaborales producidas con la “entrada del cronómetro en el taller” –con lo que se refiere genéricamente a todas las formas derivadas de la medición y racionalización del trabajo en la producción industrial– señalando que ello no solo introduce una diferencia en la práctica laboral, al parcelar en extremo el proceso de trabajo en gestos de producción, sino que origina además una triple secuencia de modificaciones:

  1. Una relación de fuerzas entre las clases completamente nueva, en la que el cronómetro se constituye como instrumento político de dominación del capital sobre el trabajo, en tanto se presenta como un ataque contra la forma organizada y combativa de la clase obrera, el obrero profesional de oficio y su sindicato.

  2. Una secuencia económica cuantitativa y cualitativamente distinta que se constituye como un modo y un régimen nuevo de acumulación del capital a partir del surgimiento del sistema de producción en masa.

  3. Finalmente, con la producción en masa y como condición de esta, se inicia una nueva secuencia en las modalidades y prácticas estatales de regulación y control social; esto dará lugar a un Estado de nuevo tipo que intentará resolver los problemas que enfrenta el capital en cuanto a estructura y legitimación.

1.2.2. Ford y la línea de montaje

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Para comprender algunas características del fordismo debemos tener en cuenta lo antes señalado sobre el contexto histórico, político y económico del período. El fordismo se constituyó como un conjunto de principios y prácticas que superaban el ámbito estricto del taller para sentar las bases, junto al taylorismo, de un nuevo modelo de acumulación capitalista y para convertirse en un sistema de vida total. Como veremos luego, su injerencia en cuanto a las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo fue de gran importancia; pero podemos señalar desde ya que estas deben entenderse en el marco del surgimiento de la producción en masa, a la que el fordismo contribuyó decididamente, y del ya mencionado Estado de bienestar, que puede caracterizarse en términos generales por salarios altos, bajos precios y una demanda elevada.

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Henry Ford (1863-1947). Ingeniero y empresario estadounidense, hijo de granjeros irlandeses pobres. Fundador de Ford Motor Company y padre de las cadenas de producción modernas utilizadas para la producción en masa. La introducción del Ford T en el mercado automovilístico revolucionó el transporte y la industria en Estados Unidos. Fue un inventor prolífico que registró 161 patentes. Como único propietario de la compañía Ford, se convirtió en una de las personas más conocidas y ricas del mundo. Uno de sus famosos eslóganes: “Usted puede pedir un Ford del color que quiera, siempre que sea negro”, impactó con fuerza en el consumo y generó una oleada de vehículos de ese color que circulaban por las calles.

Foto de Henry Ford

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La idea de Ford consistía en abocarse a la producción de un solo modelo de auto simple, el Ford T Negro. Tenía que ser de producción y consumo masivos, de precio modesto para que lo comprara cualquiera que ganase un buen salario e incluso para que pudiera ser adquirido por los propios empleados de la empresa. Para ello había que aumentar en gran medida la producción, a partir especialmente de la utilización intensiva de la maquinaria y de su perfeccionamiento.

En la foto se ven decenas de antiguos autos Ford T de color negro.


Puede decirse que, así como Taylor se propuso luchar contra la holganza sistemática de los hombres, Ford intentó terminar con la “holganza de los materiales y las herramientas” (Coriat, 1992a). Para Ford el estudio de tiempos y movimientos en el taller era necesario, pero no respecto de los hombres; el cronometraje tenía como objetivo ajustar el ritmo y movimiento de las máquinas, los hombres solo debían adaptarse a ellas. La fábrica de Ford es un dispositivo coherente donde el trabajo humano es una prolongación, un apoyo del sistema mecánico (Coriat, 1992a).

Audiovisual
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“Ford Model T - World’s Most Famous Car” (duración: 00:05:19)

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Definamos de un modo más preciso dos conceptos importantes para el análisis que estamos realizando: la intensificación y la productividad del trabajo. Puede decirse que la intensificación del trabajo ocurre cuando, con una tecnología constante, un mismo número de trabajadores produce en el mismo tiempo una cantidad mayor de productos- mercancías. En este caso, el aumento de productos-mercancías solo puede resultar del incremento del ritmo de trabajo o, lo que es lo mismo, de la reducción de los tiempos muertos en la jornada laboral. Por el contrario, se manifiesta un aumento de la productividad del trabajo cuando, dentro de un mismo ritmo de trabajo, la misma cantidad de trabajadores produce una mayor cantidad de productos-mercancías. En este caso, el progreso se debe a una mayor eficacia técnica de los medios utilizados o a la introducción de nuevas tecnologías.

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En realidad, en el análisis concreto de los procesos de trabajo y producción es difícil separar y diferenciar los cambios en la productividad de los cambios en la intensificación del trabajo. De modo general podemos decir que el taylorismo pone el acento en la intensificación más que en la variable tecnológica, a través del estudio de tiempos y movimientos del trabajo en el taller. El fordismo, en cambio, está preocupado básicamente por la productividad del trabajo e intenta, siempre que sea posible, la sustitución de trabajo vivo por maquinarias; por ejemplo, la cinta transportadora, las grúas de puente y el desarrollo de máquinas especializadas.

Si bien es posible establecer una diferencia entre los principios fordianos y taylorianos, en la práctica los elementos de ambos se verán estrechamente relacionados. Puede hablarse al respecto de un aumento del rendimiento del trabajo que resulta de la adición de los progresos de la intensidad y la productividad.


La transformación del proceso de trabajo y de valorización con Ford

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Cita
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Todo el espacio, del suelo a la techumbre de la nave, está roto, cortado, surcado por el movimiento de las máquinas. Grúas de puente corrían por encima de los bancos. En el suelo, unas carretillas eléctricas se esforzaban por circular en estrechos tramos. Ya no había sitio para el humo. En el fondo de la nave, unas prensas colosales cortaban travesaños, capós y aletas, con un ruido parecido al de explosiones. Entretanto, el metrallazo de los martillos automáticos de la calderería se imponía al estrépito de las máquinas (Coriat, 1992a: 1).

Texto

Esta descripción, desde el punto de vista de un obrero de un taller en la década de 1920, brinda una idea aproximada del grado de revolución que implicó la nueva organización del trabajo respecto del antiguo orden de cosas. La sensación que provocaban estos cambios en los operarios del taller asemejaba “a las películas locas donde las imágenes se suceden a una velocidad sorprendente” (Coriat, 1992a: 2).

El elemento clave introducido en la nueva fábrica era la línea de montaje. Su instauración continuaba los preceptos del Scientific Management y lograba nuevos resultados, cualitativamente superiores, en cuanto a las técnicas de explotación del trabajo. Esta innovación contiene dos elementos: uno organizacional, referido a la implementación del trabajo en cadena, y otro técnico, la introducción de la cinta transportadora. El primero, la organización en cadena de la producción, ya se empleaba para el montaje de artículos como los relojes y las cerraduras. Coriat (1992a) lo describe de la siguiente manera: “Cada obrera tiene delante una caja que contiene las piezas que debe montar. La primera obrera ensambla una pieza sobre la pieza principal, pasa el conjunto a su vecina, que monta una segunda pieza, y así sucesivamente hasta llegar a la última” (p. 40). La limitación que presentaba es que quedaba en manos de los obreros el poder de regular la cadencia del trabajo ya que cada uno “pasa el conjunto a su vecino”.

La foto muestra maquinaria antigua de la fábrica de autos Ford.

Imagen recuperada de: https://es.wikipedia.org/wiki/Fordismo [Consulta: 3/11/20].

El segundo elemento que va a perfeccionar el sistema lo introdujo Ford: la cinta transportadora, puesta en práctica en 1913. Se conservaba el principio del montaje por añadidura de piezas sucesivas, pero este pequeño detalle técnico permitía que la cadencia del trabajo estuviera regulada mecánicamente por la velocidad dada al transportador, es decir, de manera independiente del obrero. Este elemento convertía el tiempo asignado en lo que se conoce como tiempo impuesto. Para aumentar la producción solo bastaba con aumentar la velocidad de la línea.

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Para reflexionar
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La cinta transportadora lleva a límites extremos la división social y técnica del trabajo, fija al trabajador a su puesto de trabajo, reduce la porosidad de la jornada y el tiempo muerto, simplifica el trabajo haciéndolo monótono y repetitivo, y establece la velocidad y las cadencias de producción de una manera independiente del trabajador. En el taylorismo lo esencial era la división entre trabajo manual e intelectual; con Ford, que va a dar continuidad y mayor profundidad a Taylor, el acento se pone en la propia parcelación de los trabajos de concepción y ejecución. Lo que se busca sistemáticamente es la reducción del trabajo complejo y su sustitución por operaciones que resulten tan simplificadas como sea posible.

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La composición social de los empleados de Ford fue cambiando al ritmo de las modificaciones del proceso de trabajo. En un primer momento los obreros eran mecánicos con amplias calificaciones y experiencia. Progresivamente esta mano de obra conformada por norteamericanos o inmigrantes de origen alemán fue remplazada por inmigrantes del este y del sur de Europa, sinexperiencia previa en el trabajo industrial; muchos de ellos eran analfabetos y no conocían el inglés.

El especialista argentino en estudios del trabajo, Julio Cesar Neffa (1990) señala que ya en 1914 los obreros no calificados constituían las tres cuartas partes de los trabajadores de Ford. Los ingenieros de la empresa habían recibido la consigna de desarrollar y diseñar nuevas máquinas y herramientas que simplificaran el trabajo para integrar esta gran mano de obra no calificada. En este sentido Ford, al igual que Taylor, fue un entusiasta defensor del Open Shop. Coriat (1992a: 45) aporta algunas cifras sobre el tiempo necesario para la formación de los obreros de la Ford, que para 1926 se componía de la siguiente manera: el 43 % de ellos necesitaba menos de un día de formación y el 36 % entre un día y una semana, mientras que solo el 1 % de los trabajadores requería de seis meses a un año.

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Las nuevas normas de trabajo y producción dan sus resultados. La Ford Motor Company se expande a un ritmo hasta entonces desconocido: 200 mil coches fabricados en 1913, 500 mil en 1915, un millón en 1919, dos millones en 1923. Ha nacido la producción en masa del automóvil (Coriat, 1992a).

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Ford era asimismo admirador de la producción de flujo continuo, creía que no era posible ni conveniente interrumpir el proceso de trabajo. En pos de un aumento de la acumulación había que evitar los cuellos de botella o las complicaciones que detuvieran la producción. Este imperativo se satisfacía con la cinta transportadora, se procuraba que todas las cosas en el taller estuvieran constantemente en movimiento (contra la holganza de los materiales), mientras que todos los hombres permanecían fijos en sus puestos. El progreso del ensamblaje consistía en llevar el trabajo al obrero, en lugar de llevar el obrero al puesto de trabajo. Ningún obrero debía dar ni un paso de más, “andar no es una tarea remunerativa”, gustaba decir Ford (Neffa, 1990: 273).

A partir de las innovaciones del taylorismo y el fordismo podemos caracterizar la nueva configuración del espacio y del tiempo en el taller. Los obreros, distribuidos a lo largo de una línea recta, permanecen quietos en sus puestos de trabajo realizando una función simple y repetitiva; un único gesto continúo. En cuanto al tiempo, la velocidad de desplazamiento de la línea de montaje es autoritaria, mecánica, y su ritmo está fijado exteriormente por la dirección de la empresa.

Dada su propia eficacia, estas nuevas normas de trabajo y producción van a extenderse por todas las industrias y ramas, alterando las condiciones de la producción de mercancías.

Podemos sintetizar los elementos más importantes que introduce el fordismo, así como sus principales efectos:

  • Con la supresión de los tiempos muertos y la eliminación de los desplazamientos en el taller y la fábrica se logra una intensificación del trabajo, una prolongación de hecho de la duración del trabajo. Pero, además, gracias a la cinta transportadora los tiempos eliminados se convierten cada vez más en tiempos productivos, lo que se traduce en un aumento de la productividad.

  • La parcelación del trabajo es llevada al extremo: separación de las tareas de ejecución y de concepción, y dentro de cada una, parcelación y repetitividad de las mismas actividades. Junto al desarrollo del maquinismo, esto implica una gran simplificación del trabajo, es decir, la supresión de la necesidad de destreza del obrero/a.

  • La organización del trabajo en “líneas” introduce el principio del panóptico de vigilancia, el control sobre el trabajo gana en efectividad.
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La organización del taller y del trabajo sobre una nueva base “científica” y “racional”, sustentó un cambio en el régimen de acumulación del capital: la producción de mercancías en grandes series y estandarizadas se convierte en la norma y la regla.

Así, el fordismo (de fines de los años 30 hasta principios de los 70) se instauró sobre la base de la fabricación de un gran número de automóviles de bajo costo mediante la producción en cadena. Este sistema llevaba aparejada la utilización de maquinaria especializada y un gran número de trabajadores en plantilla con salarios elevados.

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El principio de cuantificación y cálculo se extiende a todos los momentos del proceso de producción: las herramientas, los materiales y hasta el mismo trabajador. La producción en serie implica que para que las piezas puedan ser fijadas una tras otra al transportador, estas deben ser rigurosamente idénticas e intercambiables. Esta estandarización del producto supone un gran trabajo anterior para seleccionar y uniformar los modos operatorios, las herramientas, los materiales. Respecto de ello Coriat (1992a) habla de un proceso general de “normalización” del trabajo y la producción.

El proceso de trabajo y el de producción han sido racionalizados en la gran industria, lo cual implica a su vez un gran aumento de la tasa de ganancia y la extracción de plusvalor. Con esta nueva base técnica, bajo el vector de los monopolios multinacionales, el capital se internacionaliza y asienta la acumulación sobre una base mundial, lo que da origen a la entrada en masa de un obrero del que no se consumen más que unas aptitudes particulares no validadas como elementos de cualificación. El obrero-masa no cualificado surge como figura necesaria de la racionalización y la producción en masa. Ello influye de manera directa en una disminución del valor del salario, proveyendo a la industria de una mano de obra masiva y barata respecto del trabajador de oficio de la industria artesanal.

En síntesis, la Organización Científica del Trabajo inaugurada por el proceso de racionalización representa una apropiación por parte del capital de dos elementos clave que hasta el momento poseían –y utilizaban en función de sus intereses– los obreros: el conocimiento práctico de la producción y el control de los tiempos, el ritmo y la cadencia respecto de aquella. Estos conocimientos y el poder que encierran se concentran desde entonces bajo la direccióndel capital, que, otorgándole el carácter de ciencia, promoverá tanto el desarrollo de la maquinaria como el de un conjunto de normas y reglas de administración. Se convierten así en fuente de dominación, explotación y alienación del trabajador, como desarrollaremos más adelante.

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Si las potencias intelectuales de la producción amplían su escala en un lado, ello ocurre porque en otros muchos lados se desvanecen. Lo que pierden los obreros parciales se concentra, enfrentado a ellos, en el capital. Es un producto de la división del trabajo el que las potencias intelectuales del proceso material de la producción se les contrapongan como propiedad ajena y poder que los domina (Marx, 1994: 440).


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La transformación de las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo en el fordismo: el Estado de bienestar y el keynesianismo

Como ya señalamos, las técnicas de control del trabajo no se reducían al ámbito del taller, sino que el fordismo invadió la producción social en su conjunto. Fuera del taller el proceso de racionalización y control se complementaban. Aunque no se encuentra dentro de nuestros propósitos analizarlos con detalle, es necesario introducir algunos elementos que permitan completar la estrategia de conjunto. Estos elementos se relacionan fundamentalmente con la reproducción de la fuerza de trabajo. La práctica capitalista del salario cobra aquí un sentido particular: garantizar los gastos de reproducción del trabajador por parte de la patronal, a la vez que intenta privar a los sindicatos de sus funciones de asistencia.

Ford recomendaba mantener altos los salarios –práctica del five dollars day (5 dólares por día)–, con el fin de asegurar la sujeción de los obreros a la fábrica, para influir en las condiciones de existencia de la población obrera, especialmente en relación con sus hábitos morales. Para obtener el “beneficio” del five dollars day, era imprescindible que el obrero mantuviera una conducta intachable; la limpieza se convirtió en cualidad clave; y estaba prohibido el uso del tabaco y del alcohol, así como frecuentar bares. Si no se cumplían tales requisitos, el beneficio podía retirarse, y de persistir la indisciplina el obrero era eliminado como empleado de la Ford. Por ello, la fijación de un salario relativamente alto debe ser comprendida como un factor de producción: el objetivo es que este permita elevar la producción en proporciones mayores al aumento mismo de los salarios.

También aquí, fuera del taller, se puso en práctica la cooperación entre “científicos” –sociólogos, psicólogos, psicotécnicos– y personas de negocios. Coriat señala que “Ford se rodea muy pronto de un ‘departamento de sociología’ y de un cuerpo de inspectores y controladores. Su misión esencial: controlar, desplazándose a los hogares obreros y a los lugares que frecuentan, cuál es su comportamiento general, y, en particular, de qué manera se gastan el salario” (Coriat, 1992a: 57). El salario alto se convertía, en el período, en un imperativo del nuevo proceso de acumulación, del nuevo modo de consumo productivo de la fuerza de trabajo y de la forma de su reconstitución.

Lo que se intentaba era una selección y un disciplinamiento de los obreros, ejercer una influencia en las condiciones de existencia de la población obrera de tal modo que se rompiera con el estado de insubordinación con que el capital se había enfrentado hasta entonces. Prácticas como el absentismo, la rotación del personal o turn over, y el descuido en la producción causaban importantes pérdidas de eficiencia y aumentaban notablemente los costos de producción.

Por otra parte, la racionalización del trabajo ofrecía nuevas condiciones para la reconstitución de la fuerza de trabajo fuera de la fábrica. La producción en masa exigía, además de nuevas normas de trabajo y producción, unas normas nuevas de consumoN. La formación de grandes conglomerados industriales urbanos iba a distanciar progresivamente al trabajador de las formas domésticas de reproducción de su fuerza de trabajo.

Al mismo tiempo, la hegemonía de los sectores de producción de bienes de uso necesarios hará que estos solo estén disponibles como mercancías, es decir, que solo puedan adquirirse mediante el salario. De esta forma las condiciones puramente mercantiles pasan a ser dominantes, no solo en el empleo de la fuerza de trabajo sino también para su reproducción.

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La era de la producción masiva exigía como contrapartida un consumo de masas.

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El deseo de adquirir objetos, rodearse de las últimas novedades, acumular bienes y obtener servicios se nos presenta frecuentemente como un rasgo intrínseco de la naturaleza humana. Sin embargo, hasta las primeras décadas del siglo XX el concepto consumo se encontraba teñido de fuertes connotaciones negativas. Desde su propia raíz etimológica, el término se relacionaba con el vicio: consumir significa destruir, gastar, acabar.

Jeremy Rifkin (1997), en su libro El fin del trabajo, sostiene que la metamorfosis del consumo en virtud es uno de los fenómenos más importantes del siglo XX. Para este autor, la ruptura con el orden cultural donde dominaba el individualismo austero y ahorrista no se produjo en forma espontánea. Por el contrario, fue una tarea ardua y difícil, emprendida por los hombres de negocios al observar que los trabajadores preferían tener más tiempo de ocio en lugar de mayores ingresos por aumento de las horas de trabajo.

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Con un creciente número de trabajadores sustituidos a causa de las nuevas tecnologías, que permitían considerables ahorros de mano de obra, y con los niveles de producción en franco crecimiento, la comunidad empresarial empezó a buscar en forma desesperada nuevas formas para reorientar la psicología de aquellos que todavía disponían de capital, llevándolos a lo que E. Cowdrick definió como el nuevo evangelio económico del consumo (Rifkin, 1997: 41-42).

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De esta forma la psicología de “inversores en el futuro” fue remplazada por la de “consumidores en el presente” (Rifkin, 1997). La era del consumo demasas, como hemos señalado, coincide con el período de organización de la producción caracterizada por la fabricación en masa de objetos indiferenciados. En el marco del sistema fordista, a una producción en masa corresponde también un consumo masivo; y, en tal sentido, el consumo es puesto al servicio de la producción, el eje de las consideraciones es la oferta, a la que los consumidores deben adaptarse.

A partir de la década de 1920, la comunidad empresarial comenzó a centrar sus preocupaciones intelectuales en el consumidor final, como elemento esencial para el mantenimiento de la economía. Todo un campo de estudio, hasta el momento secundario, se abrió a los economistas. El marketing y la publicidad se constituyeron en la piedra angular de este movimiento. Nuevos conceptos de venta ganaban terreno: de la información descriptiva de los productos se pasó al reclamo emotivo con diferenciación social y de estatus; del valor del producto casero, a lo moderno y de última moda; de la capacidad de crear cosas, a la posibilidad de adquirirlas. El nombre de marca empezaba a jugar un rol esencial en la colocación de un producto.

Sin embargo, el elemento clave en la reorientación de los hábitos de compras de los asalariados fue la aparición del crédito. La compra a plazos, la posibilidad de adquirir inmediatamente y pagar en diferido estimuló de manera vertiginosa la masificación de comportamientos hedonistas. Rifkin sostiene que ya “en el momento del crac del 29, el 60 % de las radios, de los automóviles de los muebles vendidos en los Estados Unidos fueron adquiridos bajo la forma de la venta a crédito” (Rifkin, 1997: 45).

Hacia la década de 1950, en el contexto de un período de estabilidad y expansión de la economía capitalista de posguerra, flotaba un marcado optimismo y confianza en un sistema por el cual, tarde o temprano, todos accederían a los beneficios de la producción. El Estado de bienestar se presentaba como “promotor de desarrollo e integración social”. El “ejército industrial de reserva” (Marx, 1992) –o sea, la fuerza de trabajo que no encuentra ubicación en la producción– tendía a disminuir acercando la situación de la economía al pleno empleo, debido al período de auge de la acumulación. El trabajo y el consumo estaban mediados en gran parte por la mano redistributiva del Estado y la acción más o menos eficaz de los sindicatos.

Pero, en realidad, el Estado de bienestar se constituía como una necesidad histórica del capital, intentando suplir las exigencias contradictorias entre un consumo exacerbado y la búsqueda de que los salarios no aumentasen de tal modo que afectaran la obtención de ganancias y, por tanto, la acumulación del capital. Las medidas con las que se intentó materializar tal objetivo fueron el “salario indirecto” –que incluye vacaciones, adicionales, premios, horas extras, etc.– y los aparatos estatales de “seguridad social” (Coriat, 1992a), que esencialmente se centraron en la jubilación y el seguro de desempleo. Todo estaba pensado para que la asistencia del Estado no fuese una “caridad universal”, una ayuda al pobre en general, sino para que se mantuviera en estrecha relación con las necesidades de la gran industria.

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La asistencia al estilo americano aparece claramente como un instrumento de regulación y control de la fuerza de trabajo, donde unas instituciones parapúblicas reemplazan a los sistemas patronales de seguro para completar el dispositivo de reclutamiento que necesita el capital para asegurar su expansión [...] Al descargar a la industria de ciertas partes de los gastos de mantenimiento y reproducción de la clase obrera, sin dejar por eso de organizar una distribución lo bastante selectiva como para consolidar el sistema salarial, la ayuda pública contribuye a eliminar los obstáculos a su desarrollo que la gran industria había erigido en su propio camino al racionalizarse (Coriat, 1992a: 81 y 82).

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Desde esta perspectiva, el keynesianismo y el Estado de bienestar fueron los modos de organización económica y política de la burguesía que correspondieron al período de acumulación de masas fordistataylorista. Sus objetivos se centraron básicamente, por un lado, en la consagración de la forma salarial como única posible para la fuerza de trabajo, asegurando su atracción, su mantenimiento, su control y su estabilidad; y, por otro, en el mantenimiento de una demanda constante y una infraestructura en expansión para asegurar el proceso de acumulación. Así, según Coriat (1992a), Keynes vino a terminar el edificio después de Taylor y Ford: “Tras la teoría y la práctica de la producción en masa en el taller, la teoría y la práctica del tipo de Estado y regulación que le corresponden” (p. 88).

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Audiovisual
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Tiempos modernos; director: Charles Chaplin, 1936 (duración: 01:26:00)

Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=EmkkmgjFqtc [Consulta: 3/11/20].
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Actividad 1.2.
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  1. Vea la película Tiempos modernos, del gran director y actor Charles Chaplin (1936).

  2. Elabore una reflexión sobre la transformación del proceso de trabajo y de producción en dicho período, tomando las siguientes consignas guía: ¿En qué contexto se ubica la película? ¿Cómo son vivenciadas por los trabajadores las nuevas formas de trabajo? ¿Qué efectos tienen sobre ellos? ¿Qué características deben reunir los empleados para ser funcionales a la empresa? ¿Cómo inciden los sindicatos? ¿Cuáles son los mecanismos con los que se mantiene el orden social? ¿Cómo sevinculan estas nuevas formas de trabajo con las formas de consumo y la desigualdad social? Considere también otras cuestiones que le parezcan relevantes.

  3. Comparta dichas reflexiones en el foro de la clase.

1.2.3. Racionalización y alienación

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En este apartado analizaremos algunas de las condiciones sociales, psicológicas y físicas bajo las que se desarrolla la producción y el trabajo en el período fordista-taylorista. Si bien estos elementos ya han sido apuntados, los exponemos aquí en forma sistemática, siguiendo el análisis realizado en Altschuler (1999).

Si bien las consideraciones siguientes pueden relacionarse no solo con el período en análisis sino con la condición capitalista en general –de hecho, Marx se había expresado respecto de ellas como elementos de la gran industria, ya antes de la OCT y la línea de montaje–, nos centraremos en el período fordista-taylorista, el cual se conforma como una extensión y ampliación a gran escala de la “gran producción de plusvalor” (Coriat, 1992a). Los puntos esenciales de los que debemos partir para el análisis de la alienación son la apropiación privada, la división entre capital y trabajo, y la escisión entre el hombre y sus medios de producción.

La desposesión del obrero adquiere un doble carácter a medida que se desarrollan las fuerzas productivas y las relaciones de producción: material e intelectual. En cuanto a lo primero, las modificaciones introducidas por la racionalización enajenan cada vez más al hombre del objeto y de la actividad productiva. El taller o la fábrica se convierten en un espacio extraño, separado física y espiritualmente del espacio de la vida privada del trabajador; dentro de aquel se realiza un trabajo que es forzado por la máquina, los capataces, el cronómetro, la velocidad de la línea.

Los objetos de la producción se vuelven tanto más extraños para el trabajador, por cuanto, debido a la parcelación extrema del trabajo, el hombre solo puede ver, experimentar, el producto terminado una vez enfrentado a él como mercancía. Este efecto se intensifica en contraposición con la máquina, que parece humanizarse, adquirir vida propia, en la misma proporción en que el hombre se cosifica y enajena su vida en el trabajo.

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En la fábrica fordista todo es impuesto: el gesto, el movimiento, el ritmo y la velocidad, la cadencia, la calidad, la cantidad, el tiempo y el espacio. ¿Por qué el trabajador se somete a estas condiciones? Porque su fuerza de trabajo ya no le pertenece. Al venderla como mercancía, puro valor de cambio, separada de sus cualidades humanas, es utilizada como tal para extraer de ella el máximo de productividad y rendimiento. La lógica capitalista desplegada y llevada a un extremo histórico en la organización fordista-taylorista de la producción es posible gracias al carácter de mercancía de la fuerza de trabajo. A través de este carácter, el trabajo, como sus productos, dejan de pertenecer al productor directo.

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La única razón por la que el obrero se somete a este trabajo es porque es el medio que le permite obtener un salario (relativamente alto en el fordismo) para la reproducción de su existencia física. Sin embargo, el reconocido intelectual italiano Antonio Gramsci, ante la inestabilidad de la mano de obra en las fábricas fordistas, señala que:

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La industria Ford exige a sus obreros una discriminación, una aptitud que las demás industrias todavía no piden, una aptitud de un género nuevo, una forma de desgaste de la fuerza de trabajo y una cantidad de fuerzas usadas en el mismo tiempo medio, más penosas y más extenuantes que en otras partes, y que el salario no basta para compensar en todos los obreros, para reconstituir en las condiciones de la sociedad existente la fuerza de trabajo gastada (A. Gramsci, 1929, Americanismo y fordismo, en Coriat, 1992a: 60).

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Pero el trabajo alienado no es solo imposición y mortificación física. Una característica importante del fordismo –y que se presenta como objetivo esencial en el taylorismo–, es la expropiación en el proceso de trabajo de las cualidades intelectuales, de la concepción del objeto y el saber del obrero. El taylorismo sabía bien que “quien domina y dicta los modos operatorios se hace también dueño de los tiempos de producción”; por ello, como señala Coriat (1992a: 2), “el cronómetro es, ante todo, un instrumento político de dominación sobre el trabajo”.

Los conocimientos, la inteligencia, solo son necesarios ahora para el taller en su conjunto. La destreza adquirida por el obrero en su actividad fragmentada y especial es adquirida a expensas de otras virtudes intelectuales. Un hombre que pasa su vida entera ejecutando unas pocas operaciones simples pierde oportunidad de ejercer su entendimiento. En la gran industria, explica Marx, esta escisión entre trabajo intelectual y trabajo manual se consuma, “separa al trabajo de la ciencia, como potencia productiva autónoma, y la compele a servir al capital” (Marx, 1994: 440).

El conocimiento se convierte entonces en un instrumento que puede separarse del trabajo y contraponerse a él. El proceso de racionalización económica lleva en sí la propia idea de hacer objeto de ciencia a la producción. Descomponer en elementos, parcializar las actividades, someterlas al cálculo y la medición, al control y la previsibilidad, tal es el objetivo que se le impone a la ciencia una vez puesta al servicio del capital. ¿Qué otra cosa es sino la llamada Organización Científica del Trabajo? Cabe aclarar que cuando hablamos aquí de ciencia no se trata de una ciencia “neutral”, del estudio científico del trabajo en general, sino de la práctica científica puesta al servicio del capital, de la adaptación del trabajo y de la clase social que lo conforma a los requerimientos del capital en el marco de relaciones sociales antagónicas.

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En este sentido, desde nuestra formación como profesionales críticos y comprometidos, es importante que nos preguntemos a qué sectores sociales representamos, y reflexionemos sobre los sujetos sociales y procesos sociohistóricos a los que queremos contribuir con nuestro conocimiento, nuestro saber técnico y profesional.

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Harry Braverman (1975) señala que, antes de que la administración patronal ejerciera su dominio sobre la ciencia, el artesanado era el sector que tenía una relación más estrecha con lo que en aquel entonces constituía el conocimiento científico y técnico de la producción. Pero conforme los oficios fueron destruidos o crecientemente vaciados de su contenido tradicional, los lazos entre la población obrera y la ciencia se fueron quebrantando hasta desaparecer en el marco del taller. Su tesis fundamental es que las innovaciones técnicas y organizacionales derivan de la estrategia empresarial de control del proceso de trabajo a través de su descalificación. La descalificación del obrero, la simplificación y la fragmentación del trabajo se dan ampliamente en el modelo fordista-taylorista. Es en este sentido que la técnica y la ciencia que se introducen en el taller van a jugar un doble papel dentro de la lógica capitalista: control político sobre el trabajo y perfeccionamiento de las técnicas de extracción del plusvalor, garantizando ambos elementos el proceso de acumulación.

André Gorz, en su libro Metamorfosis del trabajo (1991) definirá de un modo semejante el concepto de alienación, lo que él denomina la “heterodeterminación del trabajo”: todo es extraño y externo dentro del taller, el mismo trabajador se siente “fuera de sí”. Dirá este autor que el trabajo en la sociedad industrial está totalmente sometido a la racionalidad del cálculo y la eficiencia. El tiempo y el espacio son permanentemente medidos, regulados y calculados en función de la eficiencia productiva. A partir del sistema fordista de producción el trabajo se convierte en una “actividad especializada, mecanizada, caracterizada por la repetición de movimientos que se lleva a cabo como una función coordinada desde el exterior por una organización preestablecida” (Gorz, 1991: 171). En la “esfera de la heteronomía”, de acuerdo con Gorz, las tareas y las relaciones de trabajo están determinadas exteriormente y el tipo de colaboración e integración que tiene lugar entre los individuos es funcional. La organización heterodeterminada hace funcionar a los individuos como engranajes de una gran maquinaria que los supera y domina.

Pero Gorz sostiene además que el trabajo es una invención de la modernidad surgida y generalizada por el industrialismo. Las características del capitalismo fabril van a conformar una idea del trabajo totalmente novedosa con respecto a la sociedad tradicional. Con la desintegración definitiva de aquella, la racionalidad económica, y el cálculo como su forma por excelencia, se convierte en dominante y se coloca como principio ordenador. “El cálculo permitía emanciparse de toda tutela exterior y era al mismo tiempo generador de un orden contra cuyas leyes objetivas no había apelación. Este orden proporcionaba un marco rígido, tranquilizador, imperativo, incontestable e independiente de toda voluntad humana” (Gorz, 1991: 162).

El concepto de alienación en Marx, por su parte, es específico de las relaciones capitalistas de producción, que determinan el carácter de mercancía del trabajo, la separación del trabajador de sus medios de producción, la apropiación privada de los instrumentos y productos del trabajo. En la perspectiva marxista, el capital, más que un conjunto de riquezas, de bienes e instrumentos acumulados, es ante todo una relación social, mientras que la maquinaria –cualquiera fuera su desarrollo– no podría por sí misma, en tanto materia muerta, y más allá de la voluntad de los hombres, determinar el carácter del trabajo.

Resulta pertinente aquí retomar la dualidad y la contradicción de la que partimos en el análisis entre proceso de trabajo y proceso de valorización. La imbricación entre ambos es tal en el proceso histórico de desarrollo del capita lismo que no bastaría con cambiar las relaciones de producción para cambiar la determinación que estas poseen sobre el proceso de trabajo. Como hemos visto, los instrumentos y los procedimientos que se utilizan están moldeados por la lógica de la acumulación y la extracción de plusvalor.

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Lo que queremos apuntar es que, si las relaciones sociales y de propiedad cambian, también debieran revolucionarse las formas de trabajo y producción.

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En la antigua Unión Soviética, por ejemplo, las cosas no sucedieron de este modo, el estado de la economía y de la producción era realmente alarmante después de la fuerte destrucción que significó la guerra civil y la Primera Guerra Mundial; los niveles de producción y productividad eran extremadamente bajos. Braverman (1975) señala que el respeto, e incluso la admiración de los marxistas por la técnica científica del sistema de producción y los procesos organizados y regularizados del capitalismo desarrollado, fue poco menos que exaltada. Estos sistemas tenían que ser imitados si la Unión Soviética quería alcanzar el desarrollo capitalista y sentar las bases para el socialismo. El mismo Lenin habría recomendado repetidas veces el estudio de la “administración científica” de Taylor para su utilización en la industria soviética.

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Si bien el objetivo en el modelo soviético era elevar el nivel de vida de las masas y reducir la jornada de trabajo para librar al individuo del tiempo necesario para la organización del Estado, si bien se había abolido la propiedad y apropiación privada del trabajo social, se intentó construir relaciones socialistas en el marco de un proceso de trabajo que tenía como origen la producción de tipo capitalista. Según Braverman (1975), en la práctica, la industrialización imitó el modelo capitalista; la organización era diferente solo en detalles y por ello los trabajadores soviéticos poseían los mismos estigmas que las clases obreras occidentales.

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Tanto en China como en la antigua Unión Soviética se produjeron intensos debates acerca de cómo organizar la producción y las relaciones sociales, y tuvieron lugar distintas pruebas y ensayos al respecto. En China, a diferencia de los modelos que implantaron los soviéticos, se pusieron en práctica una serie de principios que tenían por objeto transformar las relaciones sociales en la producción. Se intentó básicamente romper con la división extrema entre trabajo manual e intelectual, la parcelación y fijación estática de las tareas, y la verticalidad en la estructura de la organización.

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En la constitución del Combinado Siderúrgico de Anshan (República Popular China), por ejemplo, se impusieron los siguientes principios: principio de participación de los cuadros del partido en el trabajo productivo; principio de participación de los obreros en la administración; triple integración de cuadros, obreros y técnicos. Además, se reformaron reglamentos que eran inadecuados o irracionales y se criticó la copia mecánica del modelo del Combinado Siderúrgico de Magnitogorsk, ruso, donde la eficacia y la ganancia seguían siendo las metas principales, la dirección era unipersonal, se mantenían las escalas salariales y persistía la absoluta separación entre gestión y ejecución.

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En este punto el análisis necesita un amplio estudio histórico y concreto que excede nuestro objetivo. No obstante, queremos señalar que, más allá de las vicisitudes con que se encontraron históricamente las experiencias socialistas, concluir a partir de ellas que las relaciones capitalistas son eternas o inmodificables, o que nada cambiaría aunque la propiedad privada y la explotación del trabajo por el capital ya no existieran, es una negación de las experiencias realizadas en ese sentido. Asimismo, constituye una simplificación que renuncia al desafío de la búsqueda de caminos en la construcción de relaciones sociales menos desiguales y/o solidarias (como veremos en la Unidad 3) y de respuestas a los graves problemas que encuentra hoy una amplia capa de la población mundial.

Pero veamos a continuación, en el último apartado de esta unidad, las fuertes transformaciones que experimentó el proceso de trabajo y de producción en la llamada etapa posfordista, período mediado por una nueva crisis mundial durante los años 70 del siglo pasado.

1.3. La crisis de los años 70 y el cambio del paradigma productivo hacia el posfordismo

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La crisis de los años 70 se desencadenó a partir de una serie de acontecimientos históricos y limitaciones del modelo de acumulación vigente hasta el momento. Esto generó a su vez un conjunto de efectos adversos cuya consecuencia fue una situación de vulnerabilidad general, que se expresará en una multiplicidad de aspectos productivos, técnicos y sociales.

Este nuevo contexto histórico emergió en las principales economías del mundo y se caracterizó por la organización flexible del trabajo y la producción, un consumo fragmentado y segmentado en nichos de mercado y un Estado enmarcado en una práctica política y económica de tipo neoliberal. Esto implicó un retroceso en los derechos sociales y colectivos vinculados al trabajo que se venían consolidando en las décadas anteriores, centralmente a partir del modelo económico keynesiano y el Estado de bienestar.

El debilitamiento de los aparatos productivos en los países occidentales fue resultado de un quiebre en la continuidad de las ganancias extraídas en la productividad social del trabajo. Esto da cuenta de la creciente debilidad que por diversos motivos que iremos analizando comenzaban a mostrar los modelos fordistas y tayloristas de organización del trabajo y la producción, que venían garantizando hasta entonces la valorización del capital.

Frente a esa situación se presentó la necesidad de cambiar el paradigma de producción por otros más eficaces que incrementaran la extracción de plusvalor y aseguraran la acumulación del capital. Es importante entender que no se trató de un proceso lineal, sino que tuvo sus idas, vueltas y contradicciones. Por un lado, la disminución de las tasas de ganancia por la crisis llevó a una búsqueda de aumento de la producción de mercancías para incrementar las ganancias, lo cual provocó un contraefecto de sobreacumulación y una profundización del quiebre del sistema productivo vigente. Es a partir de este fenómeno de sobreproducción de mercancías que no logran colocarse en el mercado que la crisis del modelo de acumulación se hace más aguda, generando desvalorización y depreciación del capital.

El modelo de producción previo a este contexto va a experimentar una baja de la productividad, por motivos que iremos analizando. Coriat (1992a) señala que en Estados Unidos la productividad del trabajo en la industria manufacturera pasó de un 3,5 % de crecimiento anual en el período 1947-1966 a un 1,7 % en el período 1966-1974; situación similar atravesó la industria en Francia. Esta disminución de los niveles de productividad ocurre al mismo tiempo que aumenta la intensidad del capital, entendida esta como la tasa de sustitución del trabajo vivo por el capital constante, es decir, el ritmo de inversión en equipamiento.

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En este período que se inicia en la década de 1970, se da un efecto novedoso para el capitalismo: si bien no aumenta la productividad del capital, sí aumentan los costos y el capital constante sobre el variable, con lo que tiende a deprimirse la tasa de ganancia. La necesidad de aumentar la escala de la producción para contrarrestar esta tendencia llevará a un sobrestock de mercancías en el mercado y a importantes procesos de concentración, fusión y centralización del capital (Coriat, 1992a).

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Como ya hemos señalado, las economías europeas luego de la Segunda Guerra Mundial habían experimentado una expansión inédita del capitalismo, atada a un crecimiento exponencial de la demanda. Pero este crecimiento encontró sus límites en una crisis de sobreproducción, la cual trajo aparejado a su vez un incremento de la competencia por los mercados entre las potencias. Así, la eminente crisis que conlleva el abarrotamiento de productos en los mercados, acompañada de una disminución de la demanda efectiva, caracteriza a este momento histórico. A ello se suma un elemento de vulnerabilidad general como fue la llamada Crisis del petróleo en 1973, que provocó un incremento de los costos de producción y un aumento de la resistencia obrera. La crisis no solo traía la imposibilidad de vender los productos, sino que también se expandía como crisis financiera, generando imposibilidad de pagos, endeudamiento y quiebre del sector financiero.

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Texto aparte
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La Crisis del petróleo de 1973 (también conocida como Primera crisis del petróleo) comenzó el 16 de octubre de dicho año, a raíz de la decisión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) de no exportar más petróleo a los países que habían apoyado a Israel durante la guerra de Yom Kipur (llamada así por la fecha conmemorativa judía Yom Kipur), que enfrentaba a Israel con Siria y Egipto. Esta medida incluía a Estados Unidos y a sus aliados de Europa occidental.

El aumento del precio del crudo, unido a la gran dependencia del petróleo que el mundo industrializado tenía, provocó un fuerte efecto inflacionario y una reducción de la actividad económica de los países afectados. Estos últimos respondieron con una serie de medidas permanentes para frenar su dependencia del exterior.

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El economista y referente de Escuela de la Regulación, Michel Aglietta, considera que la disminución de la productividad, la penuria de los recursos disponibles para la formación de capital, el agravamiento de las cargas fijas en el costo de producción van a relacionarse con un crecimiento del endeudamiento y un agravamiento de los gastos financieros, a partir de lo cual se profundiza la caída de la productividad, el deterioro de las condiciones financieras y el debilitamiento de la rentabilidad (citado por Coriat, 1992a).

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Michel Aglietta es profesor emérito de la Universidad de París-Nanterre y consejero científico del Centre de Recherche Français dans le Domaine de Économie Internationale (CEPII) y de Groupama. Especialista en asuntos de economía monetaria internacional, es conocido por sus trabajos sobre el funcionamiento de los mercados financieros y su relación con el crecimiento económico. Autor del clásico Régulation et crises du capitalisme (1976), que dio pie al nacimiento de la Escuela de la Regulación.

Fotografía de Michel Aglietta

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De este modo, se vuelve central para el capital encontrar un nuevo modelo que permita bajar los costos y aumentar los beneficios para que la producción retome un rumbo ascendente. Para ello se empieza a plantear la necesidad de reinventar un paradigma productivo que siente las bases para la configuración de un nuevo modelo de acumulación.

En este marco, Coriat (1992b) señala una serie de elementos que se convierten en prioritarios para el capitalismo en esa etapa:

  • Una reconfiguración en la forma de contratar fuerza productiva de trabajo que permita romper con la resistencia obrera y sus modos de lucha.

  • Una reconversión de la base tecnológica productiva que permita superar la crisis del petróleo.

  • La conformación de una legislación que legitime la precarización del trabajo, adecuándose a la fragmentación y flexibilidad de los mercados.

Podemos decir entonces que el modelo de acumulación vigente hasta los años 60 y 70 se encontraba agotado en dos sentidos: tanto en su eficacia de dominio técnico sobre el trabajo, como en la forma de valorización del capital. El nuevo paradigma productivo deberá superar estas dificultades desarrollando un concepto central en ese periodo: la flexibilidad en la producción, en los productos, en los procesos de trabajo y en los mercados.

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Lectura obligatoria
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Coriat, B. (1992b), Prólogo, Capítulo 5 y Epílogo, en El taller y el robot: ensayos sobre el fordismo y la producción en masa en la era electrónica, México: Siglo XXI.

En estos apartados de lectura obligatoria podrán profundizar en la comprensión de las transformaciones del fordismo, ya no en el período de producción en masa que hemos analizado hasta aquí, sino en la nueva coyuntura histórica de mediados de los años 70, cuando comenzará a hablarse de posfordismo, período en que se producen importantes innovaciones tecnológicas (como la introducción de la robótica en la producción industrial) y organizacionales (como nuevas formas de división del trabajo en un contexto de flexibilización).

Les dejamos al respecto algunas preguntas guía para la lectura: 1) ¿Qué transformaciones históricas actúan como contexto de las transformaciones del trabajo y la producción en este período? 2) ¿Cuáles son las principales innovaciones tecnológicas y organizacionales que se introducen y cuáles son sus efectos sobre el trabajo? 3) ¿Cuáles son los principios que rigen a los productos y los mercados en este período? ¿Qué metamorfosis describe el autor respecto de la división del trabajo en la era posfordista? (cap. 5).

1.3.1. Transformaciones en el mundo del trabajo a partir de los años 70

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La sociedad salarial, en el período posfordista, comienza a evidenciar cambios estructurales que van a determinar transformaciones en la manera de trabajar tal como se conocía hasta el momento. Estos cambios no solamente se dan en los países más desarrollados, sino que también se van a expresar a nivel mundial. Como característica central del período se inicia un proceso de retroceso en los derechos sociales y colectivos conquistados hasta entonces.

La crisis capitalista, desencadenada por el aumento del precio del petróleo y el agotamiento del Estado de bienestar, ocurrió al mismo tiempo en que entraban en crisis también los países socialistas, lo cual tuvo un punto de inflexión en la Caída del Muro de Berlín en 1989. Ello dio lugar a una reconversión del marco político del liberalismo, renovándose como único modelo y modo de vida, y avanzando sobre las conquistas obreras –como ya mencionamos–, y más en general contra la idea de sujeto colectivo.

Las nuevas tecnologías implementadas en la producción, principalmente en Japón a partir del modelo toyotista, fueron transformando el modo de producir, lo cual también iba configurando un nuevo sujeto trabajador. Los patrones rígidos de producción que dominaban la era fordista-taylorista se modificaban definitivamente. Ya no resultaba viable producir indefinidamente, acumulando una gran cantidad de stock, sino que el volumen de producción quedaba atado ahora a una demanda cambiante y restringida, altamente especializada y fragmentada. Así, comenzó a definirse una nueva idea sobre el modelo socioeconómico y productivo que marcaría una relación diferente entre la producción y el consumo.

Por otra parte, se fue extendiendo también en este período el formato de empresa multinacional, atenta al mercado global y con libertad de movimiento para instalarse en los países que garantizaran mayor tasa de ganancia. Para esto necesitaban que los Estados nacionales no intervinieran en la planificación de la producción ni en la colocación de barreras a la movilidad del capital. De manera coherente con el nuevo período neoliberal que se inauguraba en los años 70, se generaba una pérdida de autonomía en relación con la influencia estatal en política económica, cediendo espacio a los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).

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Texto aparte
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El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Grupo Banco Mundial fueron creados en la Conferencia de Bretton Woods en 1944 con fines complementarios. El Banco Mundial trabaja con los países en desarrollo con el fin de reducir la pobreza y aumentar la prosperidad compartida, mientras que el FMI se ocupa de estabilizar el sistema monetario internacional y actúa como autoridad de supervisión del sistema monetario internacional. El Grupo Banco Mundial proporciona financiamiento, asesoramiento en materia de políticas y asistencia técnica a los Gobiernos, y también se centra en el fortalecimiento del sector privado de los países en desarrollo. El FMI hace el seguimiento de la economía mundial y a los países miembros, concede préstamos a los países que enfrentan problemas de balanza de pagos, y presta ayuda práctica a los miembros. Para ser elegibles y ser miembros del Grupo Banco Mundial, los países deben primero adherirse al FMI; en la actualidad, cada una de estas instituciones cuenta con 189 países miembros.

Texto

La flexibilidad en las relaciones laborales hacia fines de la década de 1970 empezó a tomar relevancia, caracterizando a este período por una mayor inestabilidad y vulnerabilidad del trabajo, así como por tasas crecientes de subocupación y desocupación. No solo la flexibilidad del trabajo cobró centralidad en esta época, sino también la idea de un trabajador polifuncional dentro del proceso productivo, el cual adquiría mayor responsabilidad sobre el producto de su trabajo.

Por su parte, la crisis del Estado de bienestar, asociada a la crisis de acumulación de las empresas, se vinculaba también a un problema en la regulación de la sociedad, centralmente asociada al control sobre los trabajadores (Neffa, 2000).

La crisis de los años 70 generó cambios profundos en la forma de organización del trabajo y en la liberalización de los mercados, restando autonomía estatal y recrudeciendo la competencia entre empresas de manera desigual. Paralelamente, el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) incidió fuertemente en la forma en que se iría estructurando la organización del trabajo. También se modificaron los criterios de durabilidad de los productos, ingresando en una era de obsolescencia programada. Esta se entiende como la acción intencional que realizan los fabricantes o empresas para que los productos dejen de servir en un tiempo determinado y, de este modo, se pueda sostener un nivel de demanda.

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Audiovisual
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Comprar, tirar, comprar, documental sobre obsolescencia programada. Directora: Cosima Dannoritzer, 2010 (duración: 01:15:00).

Disponible en:  https://www.youtube.com/watch?v=24CM4g8V6w8 [Consulta: 3/11/20].

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Actividad 1.3.
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Después de ver el documental Comprar, tirar, comprar:

  1. Vincule el concepto de obsolescencia programada con los cambios ocurridos a partir de la década del 70 en relación con la organización del trabajo y la producción, la liberalización de los mercados y la pérdida de autonomía estatal características del período neoliberal.

  2. Reflexione sobre los impactos sociales, económicos y ambientales que tienen este tipo de prácticas en la actualidad.

1.3.2. El toyotismo y la inversión de la lógica de la producción

Texto

La necesidad de implementar un cambio en la rigidez sobre la forma de producir se instala como alternativa ante la crisis del modelo fordista-taylorista. El incremento de la competitividad y la volatilidad de los mercados exigían configuraciones productivas con mayor nivel de fluidez. A partir de los límites que mostraba el paradigma vigente, centrado en la producción masiva de productos indiferenciados, se inicia en la producción un proceso creciente de innovación en la oferta de productos para el mercado. Ello busca dar respuestas a una demanda que exigía productos cada vez más diferenciados, de acuerdo a la mayor fragmentación y segmentación de los mercados en nichos específicos, en un marco general de achicamiento de dichos mercados como consecuencia de la demanda decreciente. Emerge en este contexto en Japón, a principios de los años 70, el modelo de producción toyotista, como respuesta innovadora a las rigideces propias del fordismo-taylorismo y la producción en cadena (Altschuler, 1999).

A diferencia de la etapa anterior, donde se fabricaban en serie productos indiferenciados para un mercado relativamente homogéneo, se intenta ahora aumentar la calidad y la diferenciación de los productos para obtener una oferta más flexible que logre acomodarse a nichos específicos de mercado. Se reduce la escala de producción con vistas a evitar, o al menos disminuir, la acumulación de stock. El riesgo de desvalorización de las mercancías acumuladas es aún mayor si se tiene en cuenta la disminución del período de vigencia del producto antes de que este sea reemplazado por un modelo superior o, directamente, desechado del mercado. Es decir, lo que aumenta es el riesgo de que el producto quede rápidamente anticuado si no se realiza su valor en el período de vigencia.

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Estas nuevas condiciones van a transformar profundamente los principios hegemónicos en cuanto a la organización del trabajo y la producción. A partir del peligro de sobreproducción y de la fragmentación del mercado, dos exigencias devienen fundamentales: la flexibilidad en cuanto al volumen de producción y la flexibilidad en cuanto a la variedad y gama de productos.

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La flexibilidad y la reprogramabilidad de los medios y de la fuerza de trabajo pasan a ser fundamentales en relación con la competencia. La principal variable de ajuste será la fuerza de trabajo, pero también en este sentido las nuevas tecnologías, principalmente la electrónica y la informática, van a actuar como soporte material al permitir dicha reprogramabilidad sin grandes costos de los medios de trabajo.

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Taiichi Ohno nació en Manchuria en 1912. Se graduó en 1932 en el departamento de tecnología mecánica del Instituto Técnico de Nagoya y, a instancias de su padre, entró a trabajar en la planta textil de hilados y tejidos Toyoda hasta su disolución en 1942, fecha en la cual fue trasladado a Toyota Motors como jefe de taller de máquinas. En 1975, Taiichi Ohno ocupó el puesto de vicepresidente de Toyota. Falleció en 1990.

En tanto creador del modelo llamado “toyotista”, es oportuno precisar que la visión de Ohno comprendía dos principios fundamentales: la producción en el momento preciso (o just in time) y la autoactivación de la producción.

Fotografía de Taiichi Ohno

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Taiichi Ohno fue un especialista japonés en organización del trabajo, que se convirtió en el principal exponente del toyotismo a partir de desarrollar la exitosa experiencia japonesa identificada como Lean Production (“producción magra”), orientada hacia el logro de la eficiencia y cuya principal finalidad es la eliminación de desperdicios. Esta se basa en el desarrollo del modelo kan-ban (o “cajas con carteles”) en el cual ya no es necesario disponer de antemano de grandes depósitos con materiales y piezas desde donde los obreros se abastezcan para la producción, sino que la información de qué producir viene como reposición de las ventas (Figura 1.1). De ahí la idea de producción just in time, es decir, las piezas disponibles serán justo las necesarias para satisfacer la demanda del producto final.

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Para Ohno la producción es flexible. Las empresas deben tener la capacidad de adaptarse a los cambios constantes del mercado, a un contexto de mayor incertidumbre, y de responder a demandas diferenciadas, tanto en relación con los volúmenes de producción como respecto de la diversidad de modelos y gamas. Para incrementar la actividad productiva, Ohno propuso un modelo que aprovecha el trabajo cooperativo y descentralizado de los trabajadores, formando equipos de trabajo separados pero interrelacionados unos con otros, cuya eficiencia se logra con el uso de maquinarias bajo el sistema just in time (figuras 1.2 y 1.3).

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Figura 1.2.
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Como analiza Coriat en su libro sobre el toyotismo Pensar al revés (1992c), el método de trabajo utilizado es el identificado como just in time, que significa que no se inicia el proceso productivo sin antes tener la mercadería comprometida para su venta, es decir que la producción se genera a partir de la demanda. Este método busca disminuir costos mediante la reducción de los grandes espacios o galpones de mercadería, así como de los insumos en depósito. También se evita la acumulación de productos terminados.

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Hay dos principios centrales en la configuración del sistema toyotista, la fábrica mínima y el control por los ojos. El primero hace referencia al famoso criterio de cero existencias característico de este método japonés, que postula que solo debe producirse aquello que ya ha sido vendido, oponiéndose así a la acumulación de stock típica de la empresa fordista. Pero lo importante es que detrás de él hay una intención de “adelgazar” a la empresa en general. En efecto, de acuerdo con Ohno, “eliminando las existencias también se elimina el exceso de personal y de equipo” (Altschuler, 1999: 114). La fábrica mínima o fábrica “delgada” –por oposición a la fábrica fordista que se considera “gorda” por la acumulación de “grasa” a lo largo de las líneas de producción y en los depósitos, lo que impide la flexibilidad– es indisociable de la búsqueda de reducción de los efectivos como modo directo de lograr la reducción de costos. Por ello Coriat afirma que “no se trata de un método de gestión de las existencias, sino un método de gestión de los efectivos por las existencias” (Coriat, 1992c: 24). Esto tendrá importantes implicaciones para la comprensión de las formas laborales implementadas. Por ello puede adelantarse la siguiente proposición: con el toyotismo se construye una nueva forma de racionalización del trabajo, en la que el concepto de efectivo mínimo pasa a ser fundamental (Altschuler, 1999).

El segundo principio, el control por los ojos, se remonta a una preocupación tradicional y siempre presente del capital: poder ejercer un control directo y constante sobre el trabajo (Coriat, 1992c). Los dispositivos técnicos especialmente diseñados para esto se materializan en las fábricas de Toyota como pizarras electrónicas denominadas Andon, cuyo objetivo es informar de modo permanente sobre los problemas y el estado de la línea. Cada puesto de trabajo queda representado por una caja rectangular. Si algún trabajador se retrasa o requiere algún tipo de ayuda, presiona un interruptor y su área rectangular se enciende. Si la luz permanece encendida un minuto o más, la cadena de producción se para.

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La clave de este dispositivo es identificar y localizar permanentemente puntos débiles en un proceso sin fin de mejoras continuas y de aumento constante de la tensión sobre la línea. Este principio, denominado Kaizen, es opuesto al one best way del taylorismo, que supone una única y definitiva manera de realizar mejor la actividad.

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Otra característica de esta forma de producción es que implementa un esquema de vinculación y articulación con empresas tercerizadas o subcontratadas, las cuales producen pequeñas partes o insumos necesarios para elaborar el producto final, en una relación que demandará esos subproductos día a día, evitando así los excesivos stocks. Buena parte de la flexibilidad de la producción va a montarse, entonces, sobre esta estructura de empresas tercerizadas o subcontratadas, para el abastecimiento de insumos con proveedores just in time.

En relación con la organización y la estructura de la empresa, estas se basan en un proceso de trabajo integrado por varios departamentos. La selección del personal es una cuestión delicada y exhaustiva, en la cual tienen mucha relevancia el nivel educativo y la formación profesional del trabajador. Su nivel de autonomía, desenvolvimiento, capacidad y habilidad para resolver los distintos problemas que surjan durante la producción serán muy importantes.

Respecto de las escalas jerárquicas hacia dentro de la empresa, se reducen y desaparecen las divisiones más rígidas entre los puestos de trabajo. Para las y los trabajadores, este modelo representa una tarea mucho más intensa y prolongada, dado que la integración en equipos los predispone a desempeñarse de manera más eficaz y que la descentralización de la autoridad genera un mayor nivel de vinculación. Se estimula la creatividad y se exigen niveles de compromiso más altos en la toma de decisiones, a partir de lo cual se establece una coordinación del trabajo más flexible.

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En el toyotismo, el trabajador debe tener un perfil muy diferente al del obrero especializado y rutinizado del fordismo-taylorismo. Deberá ser inquieto en la búsqueda de nuevos conocimientos y experiencias, con una actitud superadora para el trabajo en equipo, que facilite la incorporación de innovaciones científicas y organizacionales. Además, también debe tener apertura intelectual para comprender los problemas emergentes surgidos en el proceso productivo, la búsqueda de soluciones, prevenir dificultades, ser comunicativo y compartir los conocimientos con el resto del equipo (Coriat, 1992c).

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El trabajo en el toyotismo ya no será a tiempo completo como lo era en el anterior modelo, que le garantizaba estabilidad al trabajador. Si bien en el modelo original japonés había importantes garantías para el trabajador (como el empleo de por vida), cuando este modelo se transfiere a otras partes del mundo, el trabajo se establece en plazos cortos, generando incertidumbre por la marcha de la empresa (Aglietta, 1979, en Coriat, 1992c).

El obrero, en este tipo de producción, debe convertirse en un trabajador polivalente encargado de una multiplicidad de tareas coordinadas y dialogadas con su grupo de trabajo, afirma Coriat (1992c). De esta forma la organización centralizada es reemplazada por grupos de trabajo autoorganizados, separados unos de otros. Se busca que el obrero reflexione sobre su propio trabajo, aportando de manera permanente mejoras que puedan introducirse en la organización de la producción.

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Para reflexionar
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Este modelo de autoorganización y cooperación productiva entre los obreros busca la implicación y la vinculación con el producto final elaborado, dándole integralidad y sentido (a diferencia del fordismotaylorismo) a la actividad productiva. Vale aclarar que las decisiones sobre la definición del producto seguirán siendo del capital. La cuestión de la implicación de las y los trabajadores en la producción resultará desde entonces un criterio central en la gestión del trabajo hasta la actualidad, requiriendo de las y los trabajadores un compromiso no solo físico sino también simbólico e identitario, difundido ampliamente con la idea de “ponerse la camiseta de la empresa”. Veremos más adelante cómo esta identificación con los objetivos de la empresa puede cobrar otras significaciones y sentidos en experiencias coope rativas, asociativas y/o autogestivas.

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En el toyotismo, la dirección jerárquica debe ser simulada por otro tipo de relación, que implique caminos indirectos de conducción del capital. Por lo tanto, la estructura organizativa en el trabajo se ve más favorecida por las comunicaciones y la cooperación entre las distintas áreas de la empresa.

Las y los trabajadores en este tipo de fábricas no solo deben ser polivalentes, además deben estar calificados para resolver la multiplicidad de problemas que aparecen en la producción, donde tienen una variedad de responsabilidades y de tareas diferenciadas. En lo que respecta al trabajo de ensamble en la producción, se desarrolla por equipos de por lo menos quince trabajadores. Cada uno de estos grupos tiene un líder que conduce al equipo. Además, hay rotación de tareas y toma de decisiones colectivas. También se plantean espacios de reflexión grupal sobre la tarea y el modo de mejorar la producción y organización, lo cual da lugar a los llamados círculos de calidad para la mejora continua (Kaizen).

Como ya señalamos, los equipos de trabajo tienen amplia autonomía, a tal punto que estos grupos pueden frenar el proceso de trabajo si este no marcha de manera eficiente. De este modo se les otorga libertad para planificar y corregir el funcionamiento y la coordinación del equipo. Los salarios se definen sobre la base del rendimiento económico de los equipos y del resultado final que presente la empresa a partir del trabajo realizado.

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Lectura obligatoria
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Coriat, B. (1992c), “Capítulo 1. El espíritu Toyota”, en Pensar al revés: trabajo y organización en la empresa japonesa, México: Siglo XXI, pp. 19-38.

1.3.3. La flexibilidad laboral en el período posfordista

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La fortaleza de la clase obrera se convirtió en algo insostenible para el capital durante el período fordista-taylorista, de acuerdo con Gorz (1998). Las grandes estructuras centralizadas de poder sindical provocaban crisis de gobernabilidad tanto adentro como afuera de la fábrica. Así, la opción de generar un cambio en el formato organizativo del trabajo apareció como una necesidad inminente para el capital. Como resultado de esa búsqueda, comenzó a pensarse en un obrero que pudiera desarrollar más tareas en el proceso de producción. A partir de ello se instala la noción de trabajo en equipo con diferentes grados de autonomía, como ya señalamos.

Se va construyendo la idea de un proceso de trabajo cuyo montaje está compuesto por grupos de trabajadores, a quienes se les plantean objetivos generales de producción con mayor nivel de flexibilidad.

Ya hacia finales de los años 80, se establece de manera generalizada este período al que se denomina de acumulación flexible, a partir del cual van recrudeciendo algunas de las características del modelo. En esta etapa las empresas ya no les aseguran a los trabajadores un empleo estable, de tiempo completo y con contratos de larga duración, sino que se generalizan las contrataciones con finalidad acordada, trabajo a tiempo parcial, empleo precario, trabajo clandestino e informal. El salario se ajusta al tipo de rendimiento de cada trabajador teniendo en cuenta la productividad y calidad del trabajo realizado. El movimiento sindical se debilita, pierde legitimidad y prestigio; disminuye la gran cantidad de afiliados por la situación de desocupación y se cambia la percepción sobre la participación en las organizaciones sindicales.

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Sobre el concepto de flexibilidad en el trabajo podemos diferenciar dos tipos. Por un lado, está la flexibilidad interna, la cual tendrá que ver con la acción de las empresas para realizar de manera más flexible el proceso de trabajo y productivo, modificando y diversificando los roles desarrollados por los trabajadores. Por otro lado, llamamos flexibilidad externa a la capacidad de las empresas para despedir traba jadores según sus necesidades productivas (Masello, 2014).

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La flexibilidad va a consistir en la capacidad de las empresas para adaptar la organización del trabajo y la conformación de equipos en función del volumen de demanda que posean. En este modelo productivo, dependiente de las demandas instantáneas, la flexibilidad tomará un rol central para el capital. Los medios productivos serán adaptados a la demanda cambiante. Como se mencionó anteriormente, también el trabajador será para el capital un elemento adaptable a los cambios necesarios en la producción.

Por otra parte, en el período que va hacia fines de los años 80 a principios de los años 90, se produce una profunda reconversión a partir de la cual tiene lugar una desvalorización del sector público –particularmente los Estados nacionales–, considerado responsable de la ineficacia y las rigideces, mientras que el sector privado es valorizado ya que se asocia a la eficiencia y laflexibilidad. Este proceso puede ser calificado como el paso de una matriz estadocéntrica a una mercadocéntrica e implica la instauración de una política y una economía de tipo neoliberal. El Estado se desentiende de su función de empresario y productor, lo que lleva a procesos de privatizaciones de empresas públicas, y de apertura y desregulación de las economías; pero también se desentiende progresivamente de su función respecto de la seguridad social que caracterizaba a la etapa precedente, restringiendo, fragmentando y descentralizando la asistencia pública y los servicios esenciales de salud y educación, entre otros. Dicho proceso complementa las transformaciones en cuanto a la forma de reestructuración de la organización productiva y la reconfiguración de la fuerza de trabajo.

La profundización de una política y economía neoliberal facilita que las empresas adapten el número de puestos de trabajo a las demandas existentes por medio de contrataciones temporarias y/o de tiempo parcial, posibilitadas por legislaciones laborales cuyo eje es la competitividad empresarial basada en la reducción de costos laborales. Asimismo, la proliferación de firmas tercerizadas o subcontratadas implica que las y los trabajadores tengan una situación laboral y salarial mucho más precaria que la de quienes forman parte de las grandes compañías.

Si bien la flexibilidad en la mayor parte de los casos se dio de hecho, a partir de la implementación y acción de las empresas, también debemos mencionar que en algunos casos se cristalizó en normativas y legislaciones sobre derecho laboral –como indicamos en el párrafo precedente–, lo cual la convierte en una situación difícil de revertir. Recordemos que durante el fordismotaylorismo las negociaciones realizadas a partir de los convenios colectivos de trabajo se centraban en la reducción de la carga laboral; en este período, en cambio, están más relacionadas con las negociaciones en torno a los montos de los salarios, los momentos de descanso, la actividad gremial, los horarios de trabajo y las formas de contrato.

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En síntesis, la flexibilidad laboral se relaciona con la capacidad que tienen las empresas para disponer de mano de obra, a la que consideran una variable más desde donde ajustar los costos, si así lo requiere la situación. La única limitación a la flexibilidad es la correlación de fuerzas para la lucha y negociación entre los distintos actores, sean trabajadores o capitalistas.

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Las empresas buscan generar las condiciones para regular y limitar la capacidad de organización del movimiento obrero. Estas condiciones y transformaciones, que en su conjunto producen la llamada crisis de la sociedad salarial, y que retomaremos en la próxima unidad, dan cuenta del desmantelamiento de los derechos conquistados por las y los trabajadores en el período anterior. Asimismo, con la excusa de evitar la desocupación, las empresas disponen de normativas que les permiten modalidades de contratación y gestión de la fuerza de trabajo que se adecuen a sus requerimientos de flexibilidad laboral.

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Lectura obligatoria
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Para completar el desarrollo de este último apartado en relación con la crisis de la sociedad salarial y del empleo, en el marco de los cambios de la sociedad industrial de las últimas décadas, les dejamos las siguientes lecturas obligatorias de la unidad, que aportan una mirada desde la sociología del trabajo:

Alonso, L. (2007), “La sociedad del trabajo: debates actuales. Materiales inestables para lanzar la discusión”, en: Revista Española de Investigaciones Sociológicas (REIS).

Castell, R. (2009), “¿Más allá del asalariado o más acá del empleo? La institucionalización del precariado”, en R. Castel, El ascenso de las incertidumbres, Fondo de Cultura Económica, México, pp. 125-145.

Estos textos nos servirán también como puente con cuestiones centrales que abordaremos en la Unidad 2.

1.4. Cierre de la unidad

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En esta primera unidad de nuestra Carpeta de trabajo, hemos presentado una mirada histórica de las concepciones del trabajo en diversas culturas y períodos, así como de las trasformaciones del proceso de trabajo y de producción. Nos hemos centrado en el siglo XX y, particularmente, en los dos grandes períodos estudiados, fordismo-taylorismo y posfordismo o de acumulación flexible, en el contexto de diversos procesos y transformaciones sociohistóricas a nivel mundial.

Así, podemos señalar a modo de síntesis que en la Antigüedad muchas sociedades y culturas estaban basadas en el trabajo esclavo, y que dicha situación se prolongó en las colonias americanas hasta principios y/o mediados del siglo XIX, según los casos.

La servidumbre, por su parte, se prolongó en Europa durante el feudalismo (del siglo V al XI o XIII según las regiones). Un siervo era de modo general un campesino que servía al señor feudal en condiciones próximas a la esclavitud. La diferencia principal con respecto a esta era que, por lo general, no podía ser vendido o separado de la tierra que trabajaba y en la que jurídicamente era un hombre libre. El señor feudal tenía la potestad de decidir en muchos asuntos de la vida de sus siervos, así como sobre sus posesiones.

Por otra parte, vimos que durante varios siglos –desde la Edad Media y hasta casi finales del siglo XVIII– la forma dominante de organización productiva urbana fue el taller artesanal, que perduró y culminó en las corporaciones de oficio. Paulatinamente, y a través de complejos procesos históricos como los que hemos descripto, los artesanos fueron dando lugar a los obreros libres y asalariados, que se empleaban en la creciente industria capitalista. En este proceso, las y los trabajadores, por un lado, se veían despojados de sus medios de producción, así como de sus conocimientos del oficio, y, por otro, iban perdiendo el control sobre el proceso de trabajo, que pasó a estar dirigido y controlado por el capital. La introducción de maquinarias y tecnologías, tanto físicas como organizacionales (a las cuales suele llamarse también tecnologías duras y blandas), la división del trabajo al interior de la fábrica y entre trabajo manual e intelectual, tuvieron un lugar central.

Ya en el siglo XX, se producía una racionalización extrema del proceso de trabajo con el taylorismo y la Organización Científica del Trabajo (Scientific Management). Por su parte, la introducción del trabajo en cadena, la línea de montaje y la cinta transportadora a partir del fordismo provocaron, por un lado, un salto fenomenal en la productividad del trabajo, y, por otro, formas sofisticadas de explotación del trabajo y de extracción de plusvalía por parte del capital.

A este período de producción en masa de mercancías estandarizadas, que se desarrolla entre los años 20 y 30 y finaliza en la década de 1970, le correspondió un consumo de masas y la formación de la sociedad salarial, al menos en los países centrales. Este proceso fue concomitante con políticas económicas keynesianas implementadas luego de la crisis mundial de los años 30 y de la conformación de los llamados Estados de bienestar, particularmente luego de la segunda postguerra, hasta la crisis del petróleo de 1973. Este período pasó a la historia como los años de oro del capitalismo o los años dorados (1945-1973).

La crisis de los años 70 y el agotamiento del modelo fordista-taylorista dieron paso a un período de acumulación flexible, dominado por el debilitamiento de los Estados nacionales, la fragmentación, segmentación y el achicamiento de los mercados, y por el aumento de las disputas competitivas entre potencias y empresas trasnacionales. La crisis de la sociedad salarial dio lugar a diversas formas de flexibilidad, subcontratación y precarización del trabajo, así como de tercerización y deslocalización de la producción, facilitada por la introducción de nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y por la conformación de un mercado mundial cada vez más globalizado, así como por los crecientes niveles de desempleo estructural, pobreza y desigualdad social, en el marco de un avance de modelos y políticas neoliberales a nivel mundial.

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Actividad 1.4.
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Como actividad de síntesis le proponemos que realice una línea de tiempo donde consigne tanto los hechos, procesos y períodos centrales que hemos estudiado a lo largo de la unidad, como las formas de organización del trabajo y de la producción que le corresponden.

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Por último, en este recorrido histórico hemos intentado realizar pinceladas gruesas sobre transformaciones complejas, haciendo eje en los procesos sociohistóricos producidos sobre todo en los países centrales. En este sentido, resulta fundamental problematizar dichos procesos y su configuración particular en los países periféricos y especialmente en América Latina. Para ello, la bibliografía obligatoria que acompaña a la unidad, del sociólogo mexicano contemporáneo Enrique de la Garza Toledo, especialista en sociología del trabajo, nos dará una visión de la situación, así como de los debates que se plantean desde Latinoamérica sobre los procesos y conceptos centrales aquí desarrollados.

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Lectura obligatoria
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De la Garza Toledo, E (2016), “Epílogo. Fin del trabajo o trabajo sin fin”, en E. de la Garza (ed.), Estudios Laborales en América Latina. Orígenes, desarrollo y perspectiva, Barcelona/México: Anthropos/ UAM-I, pp. 211-235. Disponible en: http://www2.izt.uam.mx/sotraem/NovedadesEditoriales/ELAL.pdf

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Lectura recomendada
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Para las y los que quieran profundizar les proponemos el siguiente libro:

De la Garza Toledo, E. (2000) (coord.), Tratado latinoamericano de sociología del trabajo, México: El Colegio de México, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Universidad Autónoma Metropolitana, Fondo de Cultura Económica. Disponible en: https://biblio.flacsoandes.edu.ec/libros/digital/51932.pdf

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En la próxima unidad, profundizaremos algunas cuestiones aquí planteadas, en particular sobre las transformaciones del trabajo en las últimas décadas, y nos abocaremos al estudio y análisis del mercado de trabajo y la reconfiguración del empleo y la relación salarial, así como a las nuevas formas de trabajo y empleo que emergen en el contexto actual en Argentina y América Latina.